En los primeros meses de 1992, obedeciendo a un llamado popular, aceptó su postulación como candidato a Alcalde de la ciudad de Guayaquil.
El 10 de agosto asumió la alcaldía y ese mismo día se inició la reconstrucción y el resurgimiento de Guayaquil, que empezó a vivir una transformación destinada a proyectarla hacia el futuro.
Primero fue la reestructuración moral del Municipio, que comenzó por la eliminación de más de 3.000 «pipones» que sin trabajar aparecían cada quincena para festinar los ingresos municipales cobrando por hacer nada; luego vino la remodelación del edificio y las oficinas municipales, que se cumplió al tiempo que se modernizaban los sistemas internos de trabajo, computarizando la mayoría de ellos para optimizar la eficiencia de los servicios y garantizar que los pagos de los impuestos se cumplan correctamente y que todos los dineros ingresen a las arcas municipales; actualizó el verdadero valor de los predios y observó que todos los guayaquileños, pobres y ricos, cumplan con sus obligaciones; finalmente, exigió y logró que el gobierno central entregue a la ciudad las asignaciones que le corresponden.
Pudo entonces empezar a cumplir con las metas de servir a la colectividad: por todas partes de la ciudad se empezaron a ver las obras municipales; calles intransitables que antes eran sartenejales y lodazales cambiaron su aspecto al ser reconstruidas desde sus bases con relleno sólido y pavimentadas con concreto; pasos a desnivel, puentes y distribuidores de tráfico se construyeron en sitios estratégicos para dar agilidad al movimiento vehicular; se inició el relleno y la construcción de calles y avenidas en los barrios más apartados; se acabó con la «dictadura» sindical de Aseo de Calles y se contrató con la empresa privada la recolección de basura y la limpieza de Guayaquil; reorganizó y modernizó el Museo y la Biblioteca Municipal; etc.