15 de diciembre de 2009; un año antes, la tumba de León se había cerrado con el féretro
conteniendo del político más influyente del país: un grupo de amigos, hicimos confeccionar
una banda, con los colores de la bandera patria y la frase “Mi Poder en la Historia”, que recoge
el sentimiento de aquellos que tomamos esa iniciativa. Resaltar a Febres-Cordero como aquel
líder que pasó a la leyenda, dejando grabado a fuego su nombre a presentes y futuras
generaciones.
Un año antes, a las 17h00, cuando salía de la clínica Guayaquil, rumbo a diario El Universo,
para contratar la publicación del acuerdo póstumo a nombre del Partido Social Cristiano,
confirmé la fúnebre noticia al país, a través de la prensa que se apostaba en los exteriores,
para confirmar lo que hasta el momento era un error, con una frase que me salió de lo más
profundo de mis entrañas: “A las cuatro y media de la tarde, León Febres-Cordero ha dejado la
mortalidad de la tierra para pasar a la inmortalidad de la historia.”
En el camino, mientras veía el ir y venir de la gente, acongojada y alterada por la noticia,
comenzaron a salir de mi memoria, todas y cada una de las enseñanzas del inigualable
maestro de la política. Sentía su voz, cual estadista, priorizando siempre los caros intereses del
país, sobre cualquier otra consideración. Fueron años, sus últimos de caudillo, donde tuve el
alto honor de acompañarlo en los duros momentos de la agonía política y física, y en donde
aprendí a conocer de esa actividad que desarrolló, en cada frase y gesto, lo que en ninguna
universidad del mundo se podrá adquirir. Sostuve y mantengo, que León fue de aquellos
personajes de molde absolutamente limitado, y que, en no más de cinco, ha generado la vida
republicana del Ecuador. Así como Vicente Rocafuerte, Gabriel García Moreno, Eloy Alfaro y
José María Velasco Ibarra, con la desaparición física de LFC, el molde se ha roto
definitivamente.
Su última batalla política la libró en el 2006. Cuan guerrero preparado para liderar su tropa, a
pesar de las dolencias, no quiso dejar al partido huérfano de su apoyo, como tampoco a su
candidata presidencia. Era poco menos que dramático verlo con fuertes dolores en su
espalda, resistir los embates de tantos viajes por la provincia. Todas la mañanas y tardes, con
excepción de los sábados, destinados a cultivar su actividad favorita, la ecuestre, encabezada
las manifestaciones proselitistas en calles, barrios, cantones, con la misma ilusión de su
primera candidatura. A esas alturas, casi 76 años, ya lo había sido todo en la política y en el
país, pero como siempre sostuvo, los liderazgos se ejercen con la autoridad que solo el pueblo
la da. “El pueblo mantiene activos a los líderes en las urnas, y en las mismas urnas los jubila”,
solía decir. Por ello, quizás, la votación del 2006, distinta a otras épocas, lo hizo entender que
la población mantenía su gratitud para con él, pero el cuento izquierdista de la revolución
ciudadana y de la partidocracia había calado en el sentimiento de la gente, en razón de
periodistas que crearon un redentor, y con el paso del tiempo salieron crucificados.
Pero no me quiero alejar de esa campaña. Recibí el alto honor de haber sido nombrado por él,
como jefe de la misma. Me tocó planificar, sentado en la mesa del histórico comedor de
Urdesa, o de aquella sala de estar, donde veía televisión, cada uno de los recorridos. Enemigo
del desorden y del despilfarro, con estricta precisión matemática, contaba una a una las
camisetas o afiches que se iban a obsequiar en los recorridos. En todos ellos, a bordo de la
camioneta, preparada para la acción proselitista, le acompañé hombro con hombro, y en
ocasiones, me arrimaba a él para ayudarle a disimular el intenso dolor que le generaba el
problema de espalda. Un día, cuando nos preparábamos para viajar a Marcelino Maridueña y
Milagro, me solicitó que avanzara al frente de la caravana, pues tenía que acudir al médico a
recibir tratamientos analgésicos. Estuvo convencido que no iba a llegar. Mi sorpresa fue
mayúscula a la “ciudad de las piñas” lo vi interceptándonos. Qué lección de dignidad, valentía
y responsabilidad. Recordé mucho este suceso, cuando en el hospital de Tampa, donde me
honró acompañarlo en sus instancias finales, el dolor parecía abatirlo, pero lo enfrentaba, a su
vez con enorme hidalguía. Una enfermera muy alta, gruesa y de tez morena, lo escuchaba
delirar, y mientras eso ocurría, expresó su nombre con voz fuerte: “¡León, León!”, provocando
de inmediato la reacción del gran líder, quien con mucho aplomo salió de su delirio, y en
perfecto inglés le preguntó: ¿Qué desea usted?. La enfermera, impresionada con la
personalidad de quien reposaba en la cama, me mira y en su idioma exclama: “¡Este hombre
debe haber sido un gran guerrero!” Dentro de la tristeza que generaba el momento, sonreí,
reflexioné al instante y pensé: “hasta esta mujer que nunca lo conoció se ha dado cuenta”.
Ese fue el León que lideró un país, y que supo morir con las botas puestas, como siempre lo
advirtió. El que redactó su propio epitafio en varias ocasiones, cuando nos decía que la mejor
manera de honrar su tumba era que al pie de la misma conste una frase que resuma su ciclo
de vida: “Aquí yace un hombre que produjo más de lo que consumió”. Ahí se resume la
monumental obra por todo el país en su gobierno, y por todo Guayaquil en sus alcaldías; la
lucha contra la subversión y el crimen, la defensa de la economía social de mercado, y el
férreo liderazgo de una tendencia, que ahora ausente se deja ver en su real valor, al
contrastarla con el régimen político vigente, depresor del sistema productivo, estimulador del
caos y la delincuencia producida por legislaciones torpes, y políticas blandengues que llevaron
al país al despeñadero.
Pensar que Febres-Cordero lo advirtió en cada uno de sus recorridos en la última campaña,
aquella del 2006. Lejos de escucharlo y asimilar su versado criterio, un amplio sector de la
prensa lo satanizaba. Los resultados de tamaña irresponsabilidad engendrada en la odiosidad
y revanchismo están a la vista. León cumplió hasta el final.
En mi recuerdo siempre estarán grabados sus mejores conceptos. “El pueblo es intuitivo,
Pocho, cuida la sonrisa y mira siempre a los ojos de la gente; ahí se refleja la autenticidad del
político, que es lo que la gente percibe y sigue” me solía aconsejar. En los momentos duros, o
de ansiedad, o de desesperación de los jóvenes políticos, nos reflexionaba siempre invocando
al Eclesiastés de las Sagradas Escrituras: “Hay tiempo para todo, para reír y llorar, para gozar y
para lamentar. No hay que precipitar los momentos, las cosas llegan cuando tienen que llegar”.
Me parece estarlo escuchando cuando decía: “El político debe ser de una sola línea, aquella
que la trazan su conciencia, la responsabilidad y su ideología; jamás el líder va detrás de la
gente, sino delante de ella”. Era una manera muy fina y didáctica de señalarnos que el
dirigente político debe trazar el camino para que atrás de él, caminen los que piensan de esa
forma, no al revés, embarcándose en el pensamiento de las mayorías. Recuerdo en una época,
cuando en el Congreso debatíamos reformas a la Ley de Tercerización e Intermediación
Laboral, e incluso se discutía la opción de eliminarla, porque los sectores de izquierda y
sindicatos de trabajadores lo proclamaban como himno de batalla. Revisando las reformas a la
ley, León nos dijo sentenciosamente: “La tercerización e intermediación no es de ninguna
manera el sistema ideal que debe tener un país en su régimen laboral, pero si la
desaparecemos de un plumazo, vamos a estar en poco tiempo más inmersos en una olla
hirviendo, cual es el alto índice de desempleo; ahí sí el país puede reventar”. Qué razón tuvo
este gran estadista, cuando hoy, producto de la radicalización ideológica infundada y sesgada
de la izquierda entarimada en el poder, la erradicaron de un decretazo y ahora, entre
subempleo y desempleo total, tenemos a casi el 60% de la población económica activa (PEA)
sin plazas de trabajo formales, a merced del hambre y desocupación.
Pero donde realmente me impresionó y demostró hasta la saciedad que la real misión de un
político no se debe basar en la demagogia y la dicotomía, fue en la tarima de Santa Elena,
cuando aún la península formaba parte de la provincia del Guayas. León condenó la posición
divisionista de dirigentes peninsulares, incluso de su propio partido, y rechazó la idea de la
provincialización a la que calificó de “escenario para dar rienda suelta a las ambiciones
personales de ciertos peninsulares a cambio de sacrificar los verdaderos intereses de su
pueblo”. Una parte de la concurrencia se mostró inconforme con la tesis, y no faltó alguno que
quiso increpar al líder, encontrando la respuesta confrontativa, muy al estilo de León. Defensor
acérrimo del mercado, defendía su libertad, pero condenaba su abuso. Por ello propuso el que
fuera su último gran proyecto de ley, llamado “Rehabilitación de la Producción”, que buscaba
impedir los abusos de la banca en la extensión de créditos, como la existencia de valores
abusivos de comisiones o servicios, proponiendo también el anclaje de las tasas activas y
pasivas, que pretendía disminuir la brecha de los porcentajes que la banca cobraba por prestar
o pagaba por captar, como únicas formas de socializar el crédito. Fue así, como pensando en
su pueblo, presentó el proyecto que luego convertido en ley de la república, ha permitido al
seguro social reactivar los préstamos hipotecarios, y que durante estos últimos años han
favorecido a millares de familias que han podido contar con recursos para construir o comprar
sus viviendas.
Ese es el León que recuerdo y del cual aprendía que a la patria y a su pueblo, se los ama,
sirviéndolos y no sirviéndose de ellos. Aquel personaje que acompañé durante su agonía
política, que créanme, fue más dura, inmensamente más dura que su agonía física, porque el
dolor del cuerpo, por más intenso que sea, jamás para un hombre como León, pudo ser mayor
al dolor en el alma que generaban las deslealtades que le tocó vivir. Por ello, previo a la
Navidad del 2007, cuando la soledad y la depresión también me agobiaban, viendo al país
caminar por el sendero equivocado de la “tormenta verde”, tomé la decisión de enviarle una
carta que en sus partes más relevantes, decía lo siguiente:
“Guayaquil, 19 de noviembre de 2007 Señor Ing. León Febres-Cordero R. Expresidente Constitucional del Ecuador 1984-1988 Apreciado Presidente: El año 2007 ha sido un año muy duro. La ingratitud, perversidad, deslealtad con los principios ideológicos terminaron confundiendo a nuestro pueblo, provocando aquello, una indescifrable e impredecible factura política, que temo yo, podría remecer negativamente los cimientos de nuestra sociedad. Hoy, muchos arrepentidos de actitudes iniciales, quieren dar marcha atrás. Parecería tarde; quienes aprendimos de usted la inquebrantable lealtad con nuestros principios políticos e ideológicos, tan solo nos limitamos a observar lo que ya preveíamos y, por cierto, nos preparamos para muy pronto confrontar, con pasión y valentía, la gran batalla, eso sí, con la conciencia tranquila de no haber desviado jamás nuestra dirección política. Cuánto se extraña su voz y liderazgo en el arenal, aunque con certeza puedo afirmar, que guerreros como usted jamás cuelgan para siempre la espada. Aún sigo pensando que personajes como el Cid campeador y León Febres-Cordero están hechos para librar las grandes gestas, y que aún después de la vida, liderarán a su tropa; porque recuérdelo siempre, el cuerpo puede desfallecer, aún extinguirse, pero las ideologías no pueden perecer, siempre trascenderán, y cuando han traído bienestar, la propia historia se encargará de liberarlas del yugo que las oprime para hacerlas reflotar y volverlas a hacer brillar. La economía de mercado, la refundación del principio del Municipalismo, como alternativa directa para el desarrollo de los pueblos, el concepto de la obra pública como pilar para la generación de fuentes de trabajo y mejoramiento de los niveles de convivencia y la sólida y decidida creencia de vivir en un marco de paz, libre del terrorismo, han sido los fundamentos de su accionar político. Hoy, se quiere conducir a la nación en una dirección opuesta: agobiar al mercado con más impuestos, provocando recesión, centralizar la acción pública, debilitando a los organismos seccionales, disminuir la obra pública para priorizar criterios socialistas, demagógicos, mantener cercanías con grupos de violencia y utilizarlos para barrer con los organismos que sostienen la democracia. No lo podemos permitir, aún bajo el duro efecto de sus dolencias físicas que seguramente serán mínimas comparadas con el enorme agobio de su espíritu, provocado por traiciones y deslealtades, estoy convencido que la historia aún le guarda una trinchera para liderar la batalla final. En esa misma estaré yo junto a usted, y seguramente a miles de ecuatorianos que luego serán millones, una vez que terminen de recapacitar y de reconocer que dejaron crecer la ignominia, deslumbrados por los cantos de sirena.”
Trescientos sesenta y tres días después, junto a casi trescientos mil ecuatorianos, lo
acompañamos a su última morada. Ese lugar, donde tan solo yace su cuerpo, lo único que le
puede pertenecer a la tierra, porque sus ideas y su legado, pertenecen a las sagradas páginas
de la historia y al corazón de su pueblo.
© 2022 Todos los derechos reservados.