espectáculos deplorables que se vivían en la ciudad, en razón de los hacinamientos de basura, que la cubrían en todos sus barrios y sectores. Cierto es que “las ciudades más limpias son las que menos se ensucian”, pero en Guayaquil no había quien la limpie; los responsables habían decidido que la ciudad permanezca, literalmente, inundada de desechos. Parecía que les complacía tan deprimente situación.
Un poderoso Departamento Municipal de Aseo de Calles, que llegó a contar con 2.167 trabajadores (1990), no podía con el servicio de aseo urbano. Difícilmente llegaba a retirar el 40% del 100% de lo que se generaba, lo mismo que equivale a decir que se recogían alrededor de 490 toneladas diarias y que más de 700 toneladas de basura ocupaban las calles y avenidas, provocando una dantesca y mala exhibición pública.
Y como si lo anterior fuera poco, la basura recogida se descargaba en el botadero “San Eduardo”, en el corazón mismo de la ciudadela El Paraíso. En este sitio por casi 20 años se depositó la basura de manera inconsulta, antitécnica. Se calcula que tapadas por una delgada capa de tierra, reposan más de 5 millones de toneladas métricas de desechos. Ese botadero -como no podía ser de otra manera- contribuyó a contaminar el ambiente y al estero Salado, por efecto de la filtración de líquidos. Y los habitantes de El Paraíso y ciudadelas aledañas sufrieron las mayores consecuencias de la contaminación. No se diga de quienes, víctimas de traficantes de tierras -en muchos casos aupados por las mismas autoridades- invadieron las laderas del cerro.
León ya había dicho que esto no seguiría y que, de una vez por todas, habría de llegar al solución; pues, ciertamente, se recorrieron con pulcritud y esmero cada uno de los pasos exigidos legalmente. Con la colaboración de consultores nacionales y extranjeros la Municipalidad licitó el 16 de agosto de 1993 la prestación de los servicios de recolección, barrido y limpieza de vías públicas, transporte y descargas de basuras en el relleno de Las Iguanas. Siete consorcios internacionales participaron y de éstos se escogió a Vachagnon (ecuatoriano-canadiense), que presentó la oferta más conveniente para los intereses de la ciudad y de la Municipalidad: 47,21 sucres por tonelada métrica de basura recogida.
“Guayaquil ha vivido inundada en basura. Pocas ciudades han padecido una crisis similar. Pocas colectividades se han encontrado expuestas a riesgo asaz, inhumano y criminal. Los barrios de Guayaquil hedían; desechos putrefactos cundían por doquier, y la peste había comenzado a asolar a los habitantes, iniciando su fatídica embestida por los niños desposeídos, que ya padecían los efecto de la criminal incuria”.
En abril de 1994 se firmó el contrato, con una duración de 7 años. En septiembre del mismo año el consorcio empezó sus labores, poniendo en circulación 34 modernos vehículos recolectores, cuya capacidad de recolección es de 1.954 toneladas diarias de desechos, es decir un tercio más de lo que aproximadamente genera la ciudad, esto es 1.300 toneladas. La ciudad, para efecto de recibir el servicio, fue dividida en 2 zonas, tomando en cuenta número de habitantes, producción de basura y límites, entre otros aspectos. Se establecieron frecuencias y horarios sobre la base del tránsito vehicular y peatonal, así como del comportamiento de los habitantes, y, se acordó en un sistema flexible para adecuarse a las necesidades.
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