Carlos De Tomaso

León Febres-Cordero: El Alcalde

De León Febres-Cordero conocía su faceta política como expresidente Constitucional de la
República y como Alcalde de Guayaquil. El único contacto personal que había tenido era en mi
Graduación de Bachiller en el Colegio Javier de Guayaquil, ya que su nieto mayor —Christian
Bjarner Febres-Cordero— era mi compañero de aula, y sigue siendo un apreciado amigo.

En septiembre de 1996 recibí una llamada telefónica que en cierto modo cambió mi rumbo. Me
consultaban si quería trabajar como asistente de León por veinticinco días reemplazando a su
asistente en esa época —Alexis Mera Giler—quien se iba a ausentar del país por ese lapso. Mi
nombre había sido sugerido también por su otro asistente —Andrés Ortiz Herbener— quien
recién se había incorporado al equipo de la Alcaldía pocos meses atrás.

En esos días tenía 22 años, estudiaba la carrera de Derecho, y trabajaba como asistente legal
en el Estudio Jurídico Moeller, cuyo principal es el doctor Heinz Moeller Freile, quien
rápidamente autorizó el permiso y me aconsejo aprovechar al máximo esos días con León. Así
fue como acepté inmediatamente la invitación y empecé a prepararme para ello estudiando la
Ley de Régimen Municipal y normas relacionadas con las municipalidades. Además, había
recibido una charla del trabajo que León quería que se realice, que en la práctica era un
seguimiento administrativo a varios asuntos de importancia al interior de la Municipalidad.

Mi primer día de trabajo, en el que me presentaron a León, fue un martes y coincidió con una
reunión con directores municipales a la que se llamaba “Reunión Administrativa”. La reunión se
desarrollaba en el despacho del Alcalde, que es bastante cómodo, y se encontraban presentes
unas 15 personas. León se encontraba extremadamente enojado con algunos directores por
cuanto no habían cumplido con las disposiciones dadas en la reunión anterior. Yo tenía tal
estado de terror, que de los nervios se me cayó el cigarrillo al piso (podíamos fumar) y no me
atreví a recogerlo; simplemente moví con habilidad el pie y lo apagué. Luego me explicarían
que no todos los días eran así, que había sido una mala coincidencia para ser el primer día.

Esos veinticinco días los disfruté por completo, rápidamente entendí el ritmo del despacho, me
aprendí los rígidos horarios diarios, tanto de la mañana como de la tarde, y aprovechaba al
máximo los tiempos que podía estar con León. Desde el principio tuvimos una excelente
relación pese a que no lo conocía, rápidamente entramos en confianza, le hacía muchas
preguntas, y con mucha generosidad de su tiempo me respondía todas.

Los veinticinco días pasaban, y a medida que se acercaba el mes de octubre, el trabajo y las
exigencias a todos los directores municipales se agudizaban. Octubre, mes de Guayaquil,
León ya se había acostumbrado a homenajearla con inauguración de obras. Pero ese octubre
era además especial, el presidente de la República era Abdalá Bucaram Ortiz, quien asistiría a
la sesión solemne de la Ciudad en esa calidad.

Ese 9 de octubre de 1996 que era mi último día como asistente temporal el ambiente era tenso
desde la mañana. Los socialcristianos y los roldosistas se reunirían en un solo salón
para homenajear a Guayaquil. León tenía un sentido de respeto al cargo de Presidente de la
República, sin importar quien lo ejerciera, y por tanto dispuso que se rindieran todos los
honores que corresponden dar a un Jefe de Estado. Y así fue, Abdalá llegó al Palacio
Municipal y fue recibido con los máximos honores, y León —a quien acompañé— salió a
recibirlo al hall contiguo del salón, lugar donde había recibido a los anteriores presidentes,
Nunca olvidaré la mirada fija entre León y Abdalá mientras la banda municipal tocaba los
honores presidenciales.

Terminada la sesión en la que Presidente y Alcalde pronunciaron sus discursos de orden, el
ambiente se relajó y quedaron en el despacho León con sus familiares y amigos más cercanos.
Como era mi último día y que además León viajaba al día siguiente a Miami a un chequeo
médico, aproveché el momento para agradecerle y despedirme. Ante mi sorpresa, me
preguntó si quería quedarme de manera permanente como su asistente, y me ofreció llamarme
a su regreso para conversar del tema.

Al regreso de su viaje, fiel a su palabra como siempre, inmediatamente se comunicó conmigo y
me ratificó la propuesta. De esa forma me incorporé definitivamente al staff el primero de
diciembre de 1996, y las primeras palabras de León fueron: “vas a participar en un proceso
histórico, pero tienes que fajarte trabajando”. Así lo hice, me quedé en ese cargo y lo mantuve
hasta el final de su mandato.

En la agenda de trabajo de León no había lugar para las sorpresas e improvisaciones, todo
estaba absolutamente calculado, podíamos saber —sin estar presentes— exactamente qué es
lo que estaba haciendo cada instante del día o de la semana. Le gustaba que todo funcione
como un reloj suizo, frase que repetía constantemente.

El día empezaba con su llegada diez para las nueve de la mañana. Subía siempre acompañado
por su seguridad y en ciertas ocasiones por amigos o allegados. Desde que pisaba el
municipio, nadie literalmente podía modificar o afectar su día. Las primeras horas de trabajo
las dedicaba a revisar los comprobantes de pago de todos los egresos municipales que no
podían ser más de 40 diarios. El asistente responsable de esa área le tenía que tener separado
y tarjado todos los detalles que León había dispuesto como metodología de revisión y control.
Terminado el control de egresos, pasaba al control de ingresos diarios de la Municipalidad.
León había creado un cuadro para efectos de su control en el que se reflejaba el rubro, el
monto presupuestado mensual, el monto presupuestado anual, el ingreso diario, el ingreso
mensual acumulado y el ingreso anual acumulado. Eso le permitía tomar decisiones de ajustes
financieros de manera permanente.

Terminado el control financiero, ingresaba el segundo asistente con temas administrativos y de
control municipal, como canteras, uso del espacio y vía pública, gasolineras, basura, el relleno
sanitario, etc. Despachaba la correspondencia relacionada con esos temas, y era el espacio de
hacer consultas de la correspondencia que llegaba de los ciudadanos.

A continuación era mi turno. Con el paso de los días León me delegó todo el manejo de la
Contratación Pública. Me correspondía revisar y preparar todos los contratos que firmaría el
Alcalde, para lo cual —mientras él revisaba toda la documentación de cada contratación—
tenía que hacerle un resumen de todo el proceso con indicación de cualquier detalle que a mi
criterio debía observar en lo jurídico. Pese a que la profesión de León era ingeniero mecánico,
su criterio jurídico era destacable y reconozco que aprendí mucho de él en las discusiones en
materia de contratación pública.

Una vez que había despachado con los tres asistentes, ingresaban sus secretarias privada y
administrativa, Cecilia Correa y Marigloria Cornejo, con la correspondencia de los ciudadanos
hacia el Alcalde y la correspondencia interna del Municipio. Se alteraba un poco en estos
momentos del día ya sea por la cantidad de correspondencia, o ya sea por leer la queja de
algún ciudadano de no haber sido atendido en un requerimiento que León había dispuesto
atender. Paralelamente a la atención de la correspondencia, hacía llamadas a los distintos
directores dando disposiciones o llamando la atención.

Al finalizar esta ronda del despacho, lo acompañábamos a escuchar las noticias de casi todos
los noticieros mientras él almorzaba. Era un momento propicio para comentar sobre los
acontecimientos políticos y realidad nacional. Almorzaba todos días el mismo sánduche con el
mismo jugo que le traían de su casa. Fueron contados con los dedos de una mano los días en
que no almorzó en su oficina, en los cuatro años que trabajé con él. Y como él ponía el
ejemplo, ninguno de los Directores o asistentes podíamos salir almorzar, teníamos que hacerlo
en nuestros despachos.

Las tardes eran distintas cada día. Los lunes y viernes él hacía una jornada más larga de
trabajo luego de lo cual se retiraba a atender asuntos personales. Los martes, miércoles y jueves
teníamos reuniones de las distintas áreas.

Como había dicho con anterioridad una de las reuniones era la “Reunión Administrativa”, a la
cual acudían los principales directores departamentales para revisar todos los asuntos internos
de la marcha de la administración municipal. Era una reunión temida por los Directores; León
era perfeccionista al máximo en calidad y tiempo de trabajo. Para estas reuniones León usaba
unas libretas anilladas, en las cuales anotaba todos los asuntos pendientes con fecha de
ingreso. Eso le servía para controlar los tiempos de atención a sus disposiciones. Ese sistema
de control realmente era infalible, no se le pasaba nada, y los Directores nos pedían copias de
las libretas pero León nos dispuso no entregarlas (secreto que por primera vez revelo), ya que
sostenía que parte de la responsabilidad de los Directores era llevar en orden todos los
asuntos pendientes de cada Dirección y de todas las disposiciones que él daba.

Es necesario indicar que el cambio de Guayaquil empezó por dentro de la Municipalidad, y en
esta reunión justamente se hacía seguimiento a la remodelación del Palacio Municipal, la
renovación del mobiliario, la instalación del sistema informático, financiero y administrativo, la
adquisición —distribución y control de los vehículos—, los sistemas de control y comunicación
interna, la creación de nuevas direcciones, el nuevo catastro municipal y la interconexión con
el Registro de la Propiedad, control de construcciones y uso del espacio y vía pública, cobro
de valores y tiempos de pago, etc. Era una revisión general de todo el proceso de
institucionalización de la Administración Municipal.

Otra de las reuniones que manteníamos quincenalmente era la “Reunión de obras públicas”,
en la cual se revisaba el estado de absolutamente todas las obras que estaban en ejecución
(contrato firmado) en la ciudad, así como el análisis de las nuevas obras que la Municipalidad
iba a emprender. Participaban de esta reunión todo el departamento de obras públicas, el
departamento jurídico y el concejal César Rodríguez Baquerizo, quien desde ese entonces
entrega su aporte en esa materia. Sobre las obras en ejecución, se hacía el seguimiento del
cronograma de la obra, y si había atraso inmediatamente se dictaba la carta a los contratistas
y si fuere la tercera vez, daba la disposición de iniciar el trámite de terminación unilateral del
Contrato. En esto León era implacable; hacía el seguimiento hasta de la ejecución de las
garantías y la recontratación de la obra.

En cuanto a la obra nueva, de esta reunión nacieron aquellas grandes obras como la
ampliación de la Francisco de Orellana, el viaducto de la avenida 25 de Julio y Perimetral, la
ampliación de la avenida del Bombero, el túnel en el Cerro del Carmen, el viaducto sobre la
Juan Tanca Marengo hasta la Perimetral, mercados, y la terminal de Transferencia e Víveres,
decenas de pasos elevados, soluciones viales, etc. No voy a explayarme sobre su enorme
obra por cuanto sobre esto hay varios e importantes libros y publicaciones. Lo que sí puedo
decir es que era siempre una reunión productiva, en la que León tenía la decisión final y tenía
plena autoridad, conocimiento y experiencia en esta materia.

Las tardes de los miércoles y jueves variaban: había reuniones de temas especiales como la
parte presupuestaria; también dedicó muchas tardes para impulsar la solución definitiva al
problema de los servicios públicos de agua potable y alcantarillado de Guayaquil. En este
tema, impulsó personalmente el proceso de concesión de estos servicios públicos, por lo que
mantuvo reuniones permanentes con los principales de la Empresa Cantonal de Agua Potable
y Alcantarillado de Guayaquil ECAPAG (entre ellos los ingenieros José Luis Santos y Rodrigo
Andrade) con funcionarios de la banca de inversión y de la Corporación Andina de Fomento y
el Banco Interamericano de Desarrollo. En otras tardes, León revisaba junto con el equipo
jurídico, letra por letra, palabra por palabra cada ordenanza que sería propuesta al Concejo
Cantonal para su aprobación.

De mis funciones, lo que más recuerdo es el sistema que implementamos con León para
controlar la contratación pública. Era bastante particular, incluso varias personas han escrito
en distintos reportajes sobre este sistema. Lo hacíamos en base a unas tarjetas de cartulina
del tamaño de un teléfono. Usábamos una serie de códigos que básicamente sólo él y yo
entendíamos, por eso nos preguntaban que cómo podíamos entender e ingresar tanta
información en dichas tarjetas. Realmente era sencillo, si conocías los códigos. Por ejemplo,
cuando autorizábamos una contratación escribíamos en la tarjeta el código del contrato
(número del contrato), y junto a dicho código la letra “F” mayúscula que significaba
Fiscalización. Cuando el proceso había sido adjudicado, colocábamos un punto color rojo al
lado izquierdo del código del contrato, si se declaraba desierto el punto era azul. Cuando se
iban las solicitudes de informes de Ley a la Contraloría y Procuraduría colocábamos en la parte
posterior del código una línea intermitente (lado izquierdo Contraloría; lado derecho
Procuraduría). Cuando llegaban los informes, el de la línea intermitente se volvía continua; pero
si el informe llegaba con observaciones se ponía doble línea continúa. Cuando se firmaba el
Contrato de Fiscalización, se tachaba la letra “F”; y cuando se firmaba el contrato se tachaba
el Código del Contrato. Eso era todo, aunque había otros 6 o 7 códigos adicionales que no
vale la pena profundizar. Cuando me iba de vacaciones tenía que escribir el manual del manejo
de las tarjetas. Todavía mantengo esas tarjetas de recuerdo, todos los días las revisaba, nada
podía estar desactualizado, siempre me decía que no hay computadora que trabaje mejor que
sus tarjetas y sus libretas, y en la práctica la computadora fallaba y las tarjetas, no.

El equipo de trabajo de León en la Municipalidad no era de tinte político, ni partidista; todo lo
contrario, eran personas técnicas en cada materia, independientes (no afiliados a partidos
políticos como en nuestro caso los asistentes), gran parte venían del sector privado. A todos
nos había dejado plenamente claro que en la Alcaldía estábamos al servicio de la ciudadanía
guayaquileña mas no al servicio de un partido político, y que por tanto nuestro trabajo se debía
inspirar en el interés general, debiendo ser la Ley aplicada para todos sin excepción ni
distinción alguna. Esto no sólo lo decía; lo practicaba al extremo. Fui testigo de la aplicación
directa e inmediata de la Ley a familiares, amigos, partidarios y allegados; siempre me repetía
que el Administrador que no sabe decir que NO, y deja de aplicar la Ley, está liquidado.

Pese a que León era muy exigente y duro con todo su equipo de trabajo al cual le exigía
perfeccionismo al máximo, como contrapeso cada vez que tenía la oportunidad, agradecía por
todo el apoyo brindado y el esfuerzo realizado por todos, desde el conserje hasta los
concejales. Si alguien fuera del Municipio atacaba a algún funcionario municipal, León era el
primero en salir al frente a su defensa y ponerle el pecho a las balas. Esa actitud daba
confianza en el trabajo a todos los funcionarios que sentían que éramos todos un equipo, y
que estaríamos respaldados ante cualquier circunstancia. En el fondo, sabíamos que el equipo
era excelente, y León siempre reconoció en las diversas entrevistas posteriores a la alcaldía. El
último acto público de León, lo dedicó a sus trabajadores: condecoró a los más antiguos que
estaban tremendamente orgullosos.

De los días fuera de lo común y de la rutina diaria recuerdo algunos. El primero fue la caída del
Presidente Bucaram. Cuando empezó todo el movimiento en la capital, parecía un día normal,
sin embargo León, que siempre estaba un paso más adelantado que todos —mientras seguía
despachando—, empezó a traducir la situación e instantáneamente visualizó una posible
ruptura de la democracia. Intentó mantener el cronograma regular del despacho pero fue
imposible, las cosas empezaron a empeorar, y fue uno de los pocos días en los que entraron a
su despacho sus colaboradores políticos y amigos cercanos. La primera preocupación de
León —viendo la difícil circunstancia del gobierno— fue que los servicios públicos de la ciudad
no se paralicen y que la seguridad del Palacio Municipal esté garantizada. Se armó todo un
plan para el caso de que la fuerza pública no respalde la seguridad de la casa de la ciudad y
digamos que el Palacio hizo las veces de cuarto de situación donde nos mantuvimos casi por
tres días consecutivos.

Es innegable la importancia que León y su opinión tenían en esos momentos en el mundo
político del País. Varias autoridades, embajadas y medios de comunicación requirieron la
opinión de él sobre el problema y las posibles soluciones. Pese a la enorme rivalidad política
con Bucaram, más fuerte era en Léon el sentimiento de defensa de la democracia, y soy
testigo de cómo lucho por que se mantuviera. Es todo lo que voy a decir y contar sobre el
tema. Lo demás, me lo reservo como parte de mi lealtad profesional y de colaborador, sin
embargo y de manera general debo decir que en todas sus decisiones y opiniones siempre
defendió los intereses más importantes de la República y del sistema democrático.

También tuvimos que vivir la caída del Presidente Mahuad, producto del levantamiento
indígena con el apoyo de ciertos militares entre los que se encontraba el expresidente Lucio
Gutiérrez, a quien yo había conocido cuando era edecán de los presidentes Bucaram y
Alarcón. La mañana del 21 enero del 2000, cuando informé a León la noticia que circulaba
desde la capital, ordenó prender el televisor. Nuevamente su olfato político se activó, y al ver
las imágenes de los coroneles entrando al Congreso Nacional me dijo “se cayó este gobierno”.
Inmediatamente convocó a los colaboradores políticos, y como siempre dio una revisión
general del plan de contingencia para que bajo ninguna circunstancia se paralizaran los
servicios públicos municipales. Seguíamos paso a paso todos los acontecimientos y pasado el
medio día el Palacio Municipal fue cercado por miembros del Ejército Nacional lo cual no era
común. Con el paso de las horas dicho cerco no dejaba pasar a nadie y si alguien salía del Palacio no
podía volver a entrar.

Mientras transcurrían las horas, el país sin timonel, León hizo contacto con la Marina con
quienes mantenía excelente relación y en su calidad de Alcalde conversó sobre la necesidad
de mantener el orden y la seguridad en la ciudad, empezando por el propio Palacio Municipal.
Con el paso de las horas, la Marina se hizo presente y relevó a las autoridades del ejército; sin
embargo el ambiente seguía tenso en los bajos del Palacio. Cuando se nombró al triunvirato,
en el que formaba parte el doctor Carlos Solórzano Constantine (con quien León mantenía
una dura diferencia política) sabíamos que la situación era grave, y probablemente se tomarían
represalias contra nuestro Alcalde. Tomamos todas las medidas necesarias dispuestas por
León para que, ante cualquier circunstancia, pudiéramos mantener el funcionamiento
municipal. Siempre estaba primero la ciudad, después cualquier otra preocupación.
Afortunadamente se restableció la democracia, y todo volvió a la normalidad.

El equipo de asistentes de León teníamos como característica que éramos todos abogados o
estudiantes de derecho. Cuando empecé a trabajar, el equipo lo conformaban los abogados
Alexis Mera Giler y Andrés Ortiz Herbener. Luego de la salida de Alexis Mera se incorporó el
abogado Marcelo Torres Bejarano, quien estuvo casi dos años. A su salida por motivos de
estudios, se sumó el doctor Raúl Gómez Amador, y finalmente Olivier Dumani Ramírez; que
también era estudiante de derecho. Todos manteníamos una excelente relación y creo que
conformamos un excelente equipo.

León disfrutaba trabajar con el equipo de jóvenes en su entorno, no políticos, no afiliados a
ningún partido político, con las ocurrencias propias de nuestra edad. Siempre nos trató con
deferencia. Muchas tardes nos dio tiempo para conversar sus anécdotas que comúnmente no
le gustaba compartir, como la verdad sobre todo lo que sucedió en Taura (esa conversación
duró 5 horas). Recuerdo que terminó la conversación y nos reveló que pocas veces había
contado la historia con tanto detalle.

Se vienen a la mente miles de anécdotas como aquel día en el que por coincidencia todos los
asistentes llegamos tarde, y literalmente no tenía nada que hacer (cuando llegamos nadie
quería entrar primero al despacho); o aquellos días del mundial de fútbol en los que detenía las
labores del despacho para ver los partidos, y nos daba una larga explicación de cómo se
debía patear los penales; alguna vez pidió un vaso de agua, y por error se equivocaron de
bebida; las eternas discusiones jurídicas entre el ingeniero mecánico y nosotros los abogados.
Los días que más disfruté en la administración fueron las semanas de las fiestas de Julio y
Octubre. Todos los días teníamos inauguración de obras, programadas por los equipos
municipales, y por el programa cívico que exitosamente manejó Gloria Gallardo. Gustavo
Zúniga era el que coordinaba el operativo de movilización y las rutas. Esos días yo desayunaba
con León en su casa de Urdesa, lugar de donde salíamos a los recorridos diarios. Ahí empecé
a conocer la ciudad y sus verdaderas necesidades.

Se daba tiempo para conversar con nosotros sobre nuestro entorno académico y familiar. En
mi caso particular cuando entré a la Alcaldía acababa de fallecer mi padre. Por esa razón
acudía a León como consejero de cualquier tipo de problema o decisión. Me escuchaba
siempre con atención, si era necesario pedía a cualquier persona que salga del despacho para
poder conversar con tranquilidad. Para mí fue fundamental contar con su guía para la toma de
varias decisiones, por eso cuando me gradué de abogado le pedí que me entregara el título;
contra todo pronóstico por su alejamiento con varias autoridades de la Universidad Católica de
Santiago de Guayaquil acudió al acto, compartió mesa directiva con aquellas personas, y me
entregó mi título. Fue un gesto inolvidable.

Cuando hablaba de sus hijas se le iluminaban los ojos, tenía un infinito amor por ellas quienes
colaboraban en distintas actividades claramente diferenciadas por él. Lo mismo puedo decir
de todos sus nietos. Dos de ellos, Christian y Gigi Bjarner Febres-Cordero, compartieron
algunos días con nosotros en la administración municipal, ya que querían ver en acción a su
abuelo querido. Era evidente que esos días fueron sumamente especiales para León por esa
grata compañía. Igual alegría se reflejaba cuando lo visitaban sus hermanos, a quienes
admiraba y apreciaba mucho.

Miguel Orellana siempre lo acompañó —hasta el final— en casi todas sus actividades, en
especial las políticas. No lo veíamos seguido por la Municipalidad —salvo los días de conflicto
político— pero era sin duda su brazo derecho en gran cantidad de temas. Admiro en Miguel el
aprecio y lealtad que tuvo en el acompañamiento de la enfermedad de León; siempre estuvo
ahí.

En todos estos años, la salud de León había sido su principal obstáculo: varias operaciones
quirúrgicas lo obligaron ausentarse largos períodos de tiempo en los cuales asumía la
Alcaldía uno de sus más leales amigos, Luis Chiriboga Parra, quien tiene ese enorme mérito de
haber tomado el reto de mantener la administración en marcha en esas pausas médicas. León
batallaba en el día a día con su salud, era un luchador; algún día apareció a trabajar con un
suero en cada brazo, luego de escuchamos, al medio día se retiró a su domicilio. En especial
sentía las afectaciones progresivas del ojo, lo que le provocaba cada día mayor dificultad en la
lectura. En 1998, se sometió a una cirugía en la arteria carótida izquierda, porque tenía una
obstrucción en el ducto que lleva la sangre a la cabeza. De esta operación tuvo una larga
recuperación. También eran evidentes las afectaciones como consecuencia del cigarrillo
(marca Kent), pero en esa discusión no había posibilidad de convencimiento.

Los últimos días en la Alcaldía eran una mezcla de cansancio, orgullo y tristeza. Jaime Nebot
ya había ganado ampliamente las elecciones, y empezamos las reuniones de la transición, y
teníamos la tranquilidad que el camino del desarrollo y progreso para Guayaquil continuaría —
como continuó— con pleno éxito. Eran días en los que recordábamos todo el trabajo; León se
esmeraba en agradecerles a todos los empleados por su esfuerzo y colaboración, para lo cual
visitó personalmente absolutamente todos los departamentos municipales. A nosotros, los
asistentes, nos dirigió afectuosas cartas de agradecimiento que nos las hizo llegar a nuestras
casas.


El 9 de agosto del 2000, último día de despacho con León, como era obvio no modificó en
nada la agenda normal. Cumplió con todos los despachos, almorzó el mismo sánduche, y a
las tres de la tarde dio por terminadas sus labores como Alcalde con la última firma. Le dimos
un aplauso y un abrazo. ¡Buen trabajo, muchachos! expresó. Se quería retirar a su casa y lo
convencimos de que se quedara para conversar y hacer un brindis. Se incorporaron sus
hermanos, y otros familiares, sus amigos más cercanos, algunos directores departamentales, y
la reunión se extendió hasta las diez de la noche. Recordamos todo el trabajo realizado, y
sacamos también la lista de lo que quedó por hacer.

La mañana del 10 de agosto del 2000, día de la transmisión de mando, me desperté temprano
y fui a desayunar a la casa de León. Me embarqué en su vehículo para trasladarnos al Palacio
Municipal y se le dio una sorpresa: se había organizado una escolta especial por parte de la
Comisión de Tránsito con más de diez motocicletas; en el camino a la Municipalidad varias
instituciones y direcciones municipales esperaban en determinadas esquinas haciendo su
homenaje. En especial recuerdo que el Cuerpo de Bomberos de Guayaquil puso en una de las
esquinas dos motobombas, y cuando pasamos hicieron un arco de agua y prendieron las
sirenas; muchas personas también se agolparon en las calles céntricas. Fueron momentos
muy emotivos. Cuando terminó la ceremonia de transmisión y salió León del Palacio —como
correspondía— todos sus asistentes y el Secretario Municipal lo acompañamos de regreso
hasta su casa y nos quedamos con él compartiendo unas horas. Había terminado nuestro
ciclo.

Después de la Alcaldía siempre mantuve contacto y excelentes relaciones con León. Si bien
nos vimos contadas veces, telefónicamente siempre mantuve un contacto más seguido en
especial haciendo seguimiento a su estado de salud. Me impresionó mucho ver su pérdida de
peso, y por coincidencia nos encontramos el día que ingresó a su último lapso de
hospitalización.

En sus últimos días lo visité varias veces gracias a la coordinación de Miguel Orellana. Me
reconocía perfectamente, tanto así que me preguntaba por la salud de mi madre. Estuve por
coincidencia presente —al lado derecho de su cama—cuando el general Frank Vargas Pazzos
lo visitó en la Clínica Guayaquil junto con su hijo. En la habitación estaban también algunos de
sus nietos y familiares. Fui testigo privilegiado de todo lo que pasó en ese encuentro, y si fuera
necesario —ante cualquier desvío de la verdad— haré las aclaraciones que correspondan.
El día del fallecimiento de León estuve presente. Miguel Orellana me había enviado un mensaje
que la situación estaba crítica, acudí inmediatamente y me ubiqué en la antesala de la
habitación de la clínica Guayaquil donde también se encontraba Jaime Nebot Saadi. Cinco
minutos después de haber llegado recibimos la noticia del fallecimiento. Me quedé ahí hasta la
noche en que caminamos desde la Clínica Guayaquil hasta la Catedral acompañando sus
restos. Fue un día muy duro en el que los recuerdos abrumaban.

León Febres-Cordero fue un luchador, un guayaquileño madera de guerrero, un libertario
con profundo sentido solidario en función del bienestar de los pobres; un administrador
nato, y constructor por naturaleza; hombre de decisiones firmes y de admirable sentido
de aplicación del principio de igualdad ante la Ley; jefe que predicaba con el ejemplo en
todo sentido; líder natural, excelente persona, gran consejero e inolvidable amigo.
Gracias a quienes me dieron la oportunidad de escribir estos recuerdos. Dedico estas palabras
a él, a León Febres-Cordero Ribadeneyra, quien me dio la oportunidad de participar en parte
de la historia de Guayaquil y quien supo guiarme en momentos trascendentales de mi vida.

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