Julio 8 de 2004
“… Guayaquil en 1992, no sólo que estaba en “cero”, realmente estaba bajo cero, comenzamos con saldos en rojo… abandonada a su propia suerte, explotada en sus propios recursos y virtualmente asaltada en su dignidad…”
Señores:
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, ha distinguido a la M. I. Municipalidad de Guayaquil por haber mantenido durante doce años un continuo y sostenido desarrollo en los aspectos o ejes temáticos referentes a eficiencia institucional, regeneración urbana, movilidad y salud y acción social. Hace doce años, antes de 1992, esos conceptos eran desconocidos en el quehacer municipal, ni siquiera en la teoría y menos en la práctica. Porque hace doce años el Municipio de Guayaquil se dedicaba a cualquier otra cosa, menos a cumplir con el deber de hacer servicio público eficiente, menos hacer acción social y nadie se preocupaba de la vialidad urbana; la regeneración urbana era un simple sueño de los especialistas.
El mérito de Guayaquil, reconocido por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, es doblemente significativo, por cuanto nuestra ciudad se ha transformado del caos a la modernidad, y ha pasado de ser una ciudad en estado de franco desastre a una ciudad moderna, a tal punto de ser hoy reconocida como un modelo de eficiencia, y lo ha hecho en medio de una crisis bancaria y financiera que ha afectado terriblemente a los ecuatorianos, al extremo que el Estado tuvo que cambiar el esquema monetario.
La coordinación del evento ha considerado que deba ser yo quien ofrezca esta última conferencia, en la que deba expresar cuáles fueron las bases prácticas y teóricas de la transformación de Guayaquil.
Antes que una conferencia voy a intentar relatarles nuestra experiencia: la mía como Alcalde y la del grupo de ejecutivos, profesionales y trabajadores que me acompañaron en esta empresa de ocho años de gobierno local y de todo un pueblo, del pueblo de Guayaquil, que había llegado al nivel más bajo de la desorganización, por la ineptitud e indiferencia de los poderes públicos, locales y nacionales; este pueblo que resolvió unirse en una valerosa decisión patriótica, al margen de los intereses partidistas, para renacer de sus despojos.
La ciudad, estimados amigos, que ayer y hoy han comenzado a conocer, no siempre fue así. Voy a quitarles unos pocos minutos de vuestro tiempo para que contemplen las imágenes de hace doce años; un pequeño lapso de la vida de las ciudades, de cómo era Guayaquil, esta ciudad que hoy se presenta activa, progresista y orgullosa.
(Se presentó un video que se expuso en televisión, doce años atrás, el 30 de agosto de 1992)
He pensado mucho antes de mostrar estas pavorosas imágenes ante tan distinguidos visitantes de algunos países amigos; este video es un extracto de una larga y detallada denuncia ante el país, de cómo encontré la administración municipal el 10 de agosto de 1992, porque lo que encontré fue un desastre infamante que jamás debe repetirse.
Por eso, ocultar las lacras que soportó esta ciudad no es correcto, si realmente quieren conocer la génesis de su transformación y si el fin de este evento es el progreso y desarrollo democrático de los gobiernos locales, hay que aprovechar de nuestra experiencia para hacer uso inteligente de los instrumentos que la misma democracia pone en manos de los pueblos y evitar que otros incurran en los errores que terminan arruinándolos.
La realidad que acaban de ver no es un cuento ni un montaje, hice esta denuncia para que no volvamos a equivocarnos. Porque lo que acaban de ver no es consecuencia de un cataclismo, es consecuencia del desgobierno convertido en ineptitud, en coima y corrupción. Los regímenes que se administran bajo los principios de la legalidad y la legitimidad, que son los pilares de la gobernabilidad, a la que todas las ciudades deben enrumbarse, no son fáciles víctimas del engaño que trae como consecuencia a lo que hace doce años era Guayaquil: desordenada, carente de sus servicios esenciales al extremo de mantener hacinamientos de basura en pleno centro de la ciudad, sus vías de acceso destruidas, sus calles intransitables, mercados inmundos y llenos de roedores, los parques tradicionales abandonados y los espacios verdes convertidos en potreros. Esto en lo material, en cuanto a lo administrativo, el desorden era peor: sin sistemas de control alguno se propició la ociosidad y la corrupción al extremo de volverse cotidianos.
El exceso de empleados y jornaleros no se contaba por cientos sino por miles, muchas veces estos empleados jamás acudieron a su trabajo, simplemente cobraban sus remuneraciones y, otras veces, los supuestos beneficiarios de los salarios ni siquiera existían, otros cobraban por ellos; se traficaba con los nombres de estos empleados inexistentes y hasta difuntos para, entre funcionarios inescrupulosos, repartirse sus emolumentos. Las calles habían sido literalmente tomadas y los espacios públicos irrespetados; la ciudad era intransitable, los amplios portales que hoy ustedes pueden disfrutar y que caracterizaron siempre la arquitectura de Guayaquil fueron invadidos por escaparates, tendidos y comercio informal en desmedro de los comercios legítimos.
Si hoy decimos que las calles de la ciudad habían sido vendidas, se hace difícil de creer, pero eso sucedió, las calles se vendían, y como muestra, la amplia avenida Constitución, que no existía antes de mi primer período como alcalde; esa calle fue negociada por avivatos funcionarios o empleados municipales. Con mucha pena, pero haciendo cumplir la ley, ordené la demolición de las casas que habían sido ocupadas por edificaciones; hoy esa avenida es una amplia vía de acceso en el norte de Guayaquil y ojala sea un símbolo de lo que nunca debe volver a ocurrir.
Sin un sistema de catastro elementalmente ordenado, los cobros de impuestos prediales era imposible hacerlos, la base de datos del catastro se cambiaba por coimas y predios se subvaloraban. Resulta duro decirlo, pero como lo denuncié en el video hace doce años, se robaron cien mil fichas catastrales correspondientes a otros tantos predios. De los egresos presupuestados la mayor parte se destinaba a remuneraciones de gente ociosa e inexistente; esto llegaba a más de 85% del presupuesto, y el resto se empleaba en obras sin planificación alguna, de acuerdo a los deseos de la clientela política.
Tres ejemplos que ustedes pueden comprender voy a mencionar: el sitio donde se inauguró este evento, hoy llamado Palacio de Cristal, fue una bella obra arquitectónica de comienzos del siglo pasado elaborada en los talleres de Eiffel, destinada a un mercado que poco a poco se fue convirtiendo en un lugar nauseabundo y antihigiénico, en la parte donde ahora existe una plazoleta se expendían en forma antihigiénica y rudimentaria todo tipo de mariscos y se vertía al río Guayas los desperdicios: era una de las zonas de mayor depresión de la ciudad. Cuando comenzó la transformación de ese lugar –hay que decirlo- se sacaban las ratas por camionadas.
El Malecón 2000, que ustedes habrán recorrido, fue hace apenas una década, un sitio lúgubre, imposible de transitar por las noches. Al pie de esa hermosa torre de estilo morisco que exhibe el reloj público, se expendía marihuana y toda clase de estupefacientes, justo frente al Palacio Municipal.
Este mismo sitio, donde estamos en este momento, a pocos metros de la Universidad de Guayaquil, en el que sólo se podía transitar a la luz del día, experimentó una primera transformación como espacio verde.
Los cambios solo se advierten en comparación con lo que ha existido antes; y eso no es fácil captarlo, porque si bien los cambios físicos pueden mostrarse con el testimonio de las fotografías o de lo que consignó la prensa o lo que queda en nuestra memoria, hay otros cambios que sólo lo sentimos los que hemos vivido en una ciudad que se transforma.
Ese cambio, en la idiosincrasia de los pueblos, no puede testimoniarse gráficamente, como no puede testimoniarse la indignación de un pueblo que ve su ciudad ultrajada y destruida. Vale recordarlo de cuando en cuando, para que los desmemoriados no olviden que los principios de país y de democracia, si no se los cultiva con esmero, sucumben a los mercaderes de ofertas, baratas e incumplidas.
Y justo cuando los gobiernos locales en países modernos comenzaban a pensar en fortalecer las ciudades como los centros del convivir humano en que se concentra la mayor parte de la población, aquí en Guayaquil la ciudad comenzaba a deteriorarse cada vez más, al extremo de haber tocado fondo.
Los pueblos demuestran su grandeza en momentos de crisis. Guayaquil demostró la valentía y el talante de sus gentes cuando, luchando como luchan los pueblos civilizados, democráticamente, resolvió cambiar, resolvió superar una época de mediocridad, de bastarda politiquería y de insensato sometimiento a regímenes locales que sólo les interesaba su lucro personal y hacer del poder local un trampolín para nefastas ambiciones; las imágenes que me permití mostrar forman parte de la denuncia que hice ante el país veinte días después de posesionarme, pronto hará doce años de que el país las conoció.
Por eso, frente a este panorama de corrupción, de latrocinio, de incapacidad, Guayaquil se decidió a ser dueña de su destino: frente a la injusticia, se decidió por lo legal y lo justo; frente al abuso, se decidió por lo correcto; frente a la coima, el soborno y la extorsión, se decidió por lo moral y lo ético. Frente a la cobardía inerme de los que no tienen raíces que perder, los guayaquileños decidimos rescatar el patrimonio histórico de nuestra cultura, el esfuerzo siempre honesto y generoso, de las gestas de sacrificio y de perseverancia.
Cuando hace doce años hice ese llamado dramático, lo hice reflexionando en que esta ciudad, Guayaquil, sobrevivió a varios incendios que virtualmente la arrasaron; a las invasiones de corsarios y bucaneros, a pestes que diezmaron la población. Yo confiaba en que iríamos adelante, porque el espíritu de los pueblos no puede ser pervertido por la incapacidad, la corrupción ni la demagogia. Y por eso mi promesa de rescatar los preclaros valores del guayaquileñismo; la ciudad fue generosa conmigo y no sólo que creyó en mi promesa, sino que se sacrificó y esforzó, porque nada que valga en la vida se consigue sin esfuerzo y sacrificio.
Aquí uno de los elementos de la gobernabilidad: un liderazgo legítimo fundamentado en la cooperación entre gobernantes y gobernados y no puede haber cooperación si no hay gobernabilidad. Los gobernantes no podemos mentir al pueblo. Hace unos días un joven, que hace doce años debió ser apenas un adolescente, me preguntaba: “¿Y por qué la gente le creyó a usted cuando lo eligieron alcalde, si estaba desengañado de las ofertas de todos los políticos?” Le contesté: “Porque no le ofrecí nada que no podía cumplir, porque el pueblo es inteligente y su paciencia tiene un límite, porque sólo ofrecí perseverar y no rendirme ni desmayar nunca por sacar adelante al pueblo de Guayaquil recuperando, no los espacios públicos y haciendo obras, sino recuperando la autoestima perdida de un pueblo de noble temple que no podía continuar siendo humillado”. Le contesté: “Creo que cuando las sociedades tocan fondo, es el momento en que se demuestra el talante de sus gentes, y cuando ofrecí perseverancia, trabajo y sacrificio, no solo que el electorado lo creyó, sino que me acompañó solidariamente durante mis dos administraciones”.
Ofrecí lo único que podía ofrecer: trabajo, trabajo y más trabajo; y ese trabajo con una ambiciosa visión de futuro y esa visión con logros para una ciudad digna de todos los guayaquileños; pero también exigí que en ese trabajo acompañara la ciudadanía entera con su apoyo, los profesionales con sus conocimiento, los empresarios con su aporte; esta fue la mejor concertación que pude encontrar, la ciudadanía me acompañó, con decisión. Más que el invalorable apoyo del Partido Social Cristiano al que pertenezco, mi candidatura a la Alcaldía nació de las fuerzas vivas de la ciudad, que vieron en mis modestas ejecutorias la posibilidad de salir por los fueros de Guayaquil. Esas fuerzas vivas son los empresarios, los profesionales, los artesanos, los pequeños comerciantes, pero, fundamentalmente y sobre todo, el enorme número de habitantes de la ciudad, que me honraron abrumadoramente con su voto, en la esperanza de poder superar la crisis de la ciudad.
Guayaquil renació en 1992, realmente del caos que ustedes han visto brevemente en la filmación, ha pasado a ser la ciudad que hoy estamos mostrando: una ciudad pujante y bella, que ha conquistado su ingreso a la modernidad.
He asumido grandes retos en mi vida, en la empresa privada y en el orden público, pero en ninguna me he sentido más abrumado por la responsabilidad que al asumir la Alcaldía de Guayaquil y tener un sentimiento de desesperación, de impotencia al ver y analizar el caos en que estaba sumida la ciudad, complicado al infinito por el desorden administrativo, por la carencia de recursos, por la inexistencia hasta de los más elementales insumos, como máquinas de escribir y papeles membretados. Las tres primeras computadoras personales me fueron entregadas por amigos, luego la empresa privada donó algunas decenas de equipos, pues, y ruego que se tome literalmente mis expresiones, en el Municipio no existía una máquina de escribir funcionando. Un sistema telefónico colapsado no permitía atender al público.
El propio palacio municipal estaba en ruinas, como lo constatan las imágenes que han visto. Resolvimos, con el Concejo Cantonal, adoptar una medida sin precedentes: cerrar el palacio municipal, suspender la atención al público, para poner la casa en orden.
La revisión y el análisis del estado de la Municipalidad sólo logró agravar mis aprehensiones, el Municipio estaba en franco estado de quiebra y de emergencia; así fue declarado por el Concejo y por el Gobierno Nacional.
Antes de aceptar la candidatura a la Alcaldía muchos amigos me preguntaban si debía hacerlo, después que el pueblo ecuatoriano generosamente me había elegido como su Presidente Constitucional y había terminado el período normalmente, parecería un riesgo que no debía asumir en las elecciones para Alcalde de Guayaquil.
Hay quienes piensan que después de ser Presidente uno debe sentarse en una casa de campo a escribir sus memorias, o andar por el mundo dictando conferencias pagadas, y así convertirse en referente de la opinión pública. Mi bienestar me decía que esa era la opción más fácil, pero mi conciencia me recordaba que los caminos fáciles nunca son los más acertados.
Decidí seguir el dictado de mi conciencia, sabiendo que el trabajo era arduo, pero como hombre de retos asumí la confianza que la ciudad me brindaba. Me animó el sentido de responsabilidad para con una ciudad que se jugaba su identidad y su supervivencia. Los pueblos civilizados tienen el arma de la democracia y Guayaquil la utilizó para legitimar la acción en contra de los autores de su destrucción y así legitimar la tarea de reconstruirla.
Ejercí la Alcaldía con la más absoluta independencia política y solicité a las cámaras de la producción, a la empresa privada en general, su cooperación, para conformar un equipo de trabajo que, con creatividad y sin vinculaciones o ataduras políticas, concuerden la planificación de un Guayaquil digno de vivir en él.
Encontré el apoyo necesario. Los mejores ejecutivos y profesionales de la empresa privada pasaron a prestar servicios en la municipalidad; muchos de ellos dejaron mejores posiciones y altas remuneraciones por servir a Guayaquil, con sueldos realmente de hambre. Este grupo de profesionales y de ejecutivos desde meses antes de la posesión como alcalde me ayudaron a conformar el nuevo Municipio; ellos complementaron una ambiciosa visión de ciudad a largo plazo.
En esta imagen de un Guayaquil renaciendo pusieron su valioso aporte las universidades, la Junta Cívica, los organismos internacionales y nacionales de crédito, la prensa, la curia, etc…
Fue nuestro propósito que todos asumiéramos el reto de un nuevo Guayaquil, y tuvimos éxito; porque para tener éxito frente al pueblo no hay que mentirle, hay que ser frontales y no hicimos ofertas demagógicas.
Muchos, personas y profesionales, algunos de lo cuales no conocía, acudieron a mi domicilio, día a día, desde meses antes del 10 de agosto de 1992 en que asumí la primera administración municipal, con ideas, con proyectos, con soluciones; muchas veces nos desesperábamos, frente a la ciudad en ruinas, pero el apoyo del pueblo y la fe en que lograríamos cristalizar nuestros propósitos, nos llenaba de bríos para las primeras acciones, que fueron difíciles y muchas veces incomprendidas. De ese grupo de buena voluntad salieron muchos funcionarios que aun hoy continúan brindando su aporte a la Municipalidad.
En esos días mucho aprendimos sobre la ciudad que debíamos administrar; cada cosa que examinábamos era una cosa para enmendar, pero también vislumbramos resultados y soluciones. Luego me enteré que familiarmente mis amigos dieron en la broma de llamar a mi residencia “la escuelita”, una escuelita en que no había maestros, todos aprendíamos de todos.
Ya elegido, hubo un propósito fundamental que nos hicimos, Alcalde y concejales, y que es necesario poner de relieve, y que fue nuestra carta de conducta: entre el legislativo local –representado por el Concejo como cuerpo colegiado- y la administración municipal, representada por su máxima autoridad que es el Alcalde: la Ley de Régimen Municipal no concede atribuciones administrativas a los concejales, pero la costumbre, muy mala y hasta dolosa costumbre, de lucrar y hacer política desde la función de concejal que es honorífica, había convertido las concejalías en cargos administrativos y se repartían las funciones como tronchas o botines de corsarios.
Cumplimos estrictamente lo que la ley manda: los concejales exclusivamente debían legislar a través de ordenanzas y trazar las políticas generales de la administración municipal mediante resoluciones; la administración es de responsabilidad del Alcalde. Esto quedó claro desde el primer momento, los concejales se dedicaron al estudio y a la elaboración del nuevo ordenamiento jurídico del Municipio y a la planificación general, a través de las comisiones que la Ley de Régimen Municipal dispone. Esta aclaración práctica fue de enorme importancia para el manejo de la administración municipal.
Los directores municipales fueron los administradores, ejecutores de las políticas y decisiones del Alcalde que siempre se rigieron por la Ley de Régimen Municipal, por las ordenanzas municipales y por las resoluciones del Concejo. Esto, que parece una verdad de Perogrullo, salvo contadas excepciones, no se había cumplido en la Municipalidad, siempre los concejales habían tenido su “cuota” de poder, que significaba una cuota de empleados, una cuota de contratos, una cuota de suministros, en fin, en términos más entendibles, existía un “reparto” de todo.
Me he quedado corto en esta crónica de los desastres de Guayaquil. Ya estando en la Alcaldía, era menester comenzar a tomar decisiones, para eso nos había elegido la ciudadanía.
De los más de 8.000 empleados, sólo nos quedamos con aproximadamente 2.000, básicamente los de menor categoría o aquellos cuya hoja de vida demostraba honestidad y capacidad. No se violentaron las normas laborales, por el contrario, se las cumplió con estricto apego a su letra y a su espíritu; simplemente se estableció que no existía una vinculación jurídica de trabajo y se dispuso su “desenrolamiento”.
Señores alcaldes, he querido relatar parte de la imagen y desafíos que nos tocó asumir y sería largo enumerar los planes que inmediatamente tuvimos que poner en ejecución, porque las necesidades de los pueblos no dan tregua y no permiten demoras ni evasivas, el pueblo demanda de sus gobernantes atención a sus problemas, por eso tuvimos que emprender inmediatamente, al asumir la Alcaldía, la tarea de rehacer un nuevo Guayaquil, este gran Guayaquil que vemos hoy y del que disfrutan propios y extraños.
Toda la acción de mi administración estuvo atravesada de un hilo conductor que fue y es norma de mi vida y debe ser de todo gobernante: el más severo respeto a la observancia y cumplimiento de la ley y muchas veces ir más allá, cumpliendo la ley, no por el temor a la sanción, sino por el amor a la justicia.
Por eso, mis primeras preocupaciones fueron el dotar de un sistema legal sólido y justo a la nueva administración municipal, una cuidadosa depuración y actualización de las ordenanzas permitió un ordenamiento legal que día a día se fue depurando y perfeccionando y la maraña de normas obsoletas e inaplicables se convirtió en un sistema de ordenanzas congruentes y modernas. Hace unos días la coordinación me ha entregado algunos libros que relatan parte de los logros alcanzados y de los desafíos asumidos durante los ocho años del gobierno local que tuve el honor de presidir.
La serie de logros en obras y servicios están a la vista: dotar a la ciudad de una infraestructura vial sin precedentes, que permite el ahorro de combustible, de tiempo, de desgaste del parque automotor; fue una labor que permite actualmente la movilización de la fuerza laboral y estudiantil con facilidad; se logró organizar la privatización del servicio de recolección de desechos sólidos y construir un moderno relleno sanitario, reconocido a nivel internacional, permitió mantener las calles limpias y sacar casi del centro de la ciudad un botadero de basura, que constituía un baldón para la ciudad.
Nuestra administración propició las bases para la unificación y depuración de dos servicios públicos, deficientes e incontrolables: el servicio de alcantarillado y el de agua potable, cuya prestación se hacía mediante dos entes públicos diferentes, como paso previo para la concesión de ambos servicios, hoy en manos de una empresa privada que atiende positivamente a la ciudadanía, considero que es una de las o prestaciones de servicios públicos a través de la empresa privada servicios hecha con éxito y eficiencia, además de la recolección de desechos sólidos y el relleno sanitario de la ciudad..
Un plan integral de áreas verdes permitió bajar el elevado índice de habitante por metro cuadrado, que superaba los estándares internacionales. Un sistema integrado de mercados permitió convertir sitios antihigiénicos e insalubres en modernas instalaciones de atención al público.
No quiero cansarlos con cifras y estadísticas que se consignan en esos documentos y que demuestran mi principal preocupación: reducir la burocracia inútil, reducir el gasto de operación, concesionar ciertos servicios municipales, a fin de darles eficiencia y agilidad; concertar con la sociedad civil los cambios trascendentales; asumir la responsabilidad de la administración con un equipo de concejales y funcionarios que representaban los mismos anhelos de superación y cambio que el pueblo deseaba.
La verdadera medida del éxito de los gobiernos locales está en la satisfacción de la ciudadanía, porque hay parámetros que más allá de las cifras, está reflejada en la población que recuperó el orgullo de pertenecer a una ciudad que, reconociendo y reconstruyendo el patrimonio histórico y cultural, que es el sedimento que alimenta el espíritu de los pueblos, hoy se muestra ante el mundo y las demás ciudades como ejemplo de lo que es capaz lograr cuando existe la decisión de cambiar.
Este conjunto de acciones permitió que los organismos y programas de crédito, como el Banco del Estado, la Corporación Andina de Fomento, el Programa de Desarrollo Municipal, etcétera, facilitaran los primeros créditos y los primeros estudios que lograron la transformación de la vialidad urbana de la ciudad, los primeros espacios verdes y la red de mercados
Para terminar, permítaseme citar la respuesta que di hace pocos días al joven interesado en saber cómo el electorado había confiado en mi propuesta y si yo había programado mi administración para cumplir con los paradigmas de la gobernabilidad.
Le decía, que en mi administración se impuso un liderazgo, que más que liderazgo de hombres fue de principios de servicio y eficiencia que deben representar los gobernantes, sólo así los gobernantes pueden tenercredibilidad, lo que ofrecí lo cumplí, la prueba está en el video que acaban de ver de hace doce años; cumplí a costa de perseverancia y sacrificio, y siempre fundamentado en un severo e inquebrantable cumplimiento de la ley, habiéndome permitido revestir toda mi actuación administrativa de legitimidad, con un andamiaje legal de ordenanzas y resoluciones siempre basado en la ley y respeto al derecho de los demás. Con ello pude proponer una visión estratégica de ciudad a largo plazo, mediante obras que no son para superar emergencias o contentar al electorado, sino debidamente planificadas para veinte y más años. Toda la planificación fue debidamente estudiada de acuerdo a las reales necesidades de la ciudad y la comunidad, es decir, mediando una relación propositiva con la ciudadanía.
Cuando se habla de concertación, siempre pienso e invito a los señores alcaldes y prefectos a que trabajen en concertación, pero no en la concertación libresca y muchas veces de estadísticas mentirosas; quienes hemos tenido el privilegio de haber estado tanto al frente del gobierno central y como de algún gobierno local, sabemos que el gobierno municipal es el que más nos aproxima a las necesidades del pueblo, de sus esperanzas, de sus sueños, de sus anhelos.
Todo esto fue logrado por un Concejo que se dedicó a legislar localmente, permitiendo al Alcalde y su equipo administrar la ciudad de acuerdo a lo planificado, logrando desarrollar una eficiente capacidad institucional. Ello permitió lograr el fin y principio de toda administración pública: servir a la ciudadanía, propiciando su bienestar y desarrollo humano. Esto que le contesté al joven interesado es lo que puedo sacar como conclusión de esta charla.
Por eso puedo decir, para concluir, que la receta para la transformación y modernización de los pueblos y de los gobiernos locales puede sintetizarse así: un gobierno local fundamentado democráticamente en el respaldo no sólo electoral, sino permanente de una comunidad que legitime su actuación, realizada con un severo cumplimiento de la ley, que le permita cumplir y hacer cumplir a los ciudadanos y al Gobierno Nacional las obligaciones tributarias y presupuestarias, que en el ejercicio del poder rinda cuentas de su gestión, siempre fundamentada en la honestidad, la transparencia y el bien común, especialmente de los más desposeídos.
Señoras y señores, si un gobernante al concluir su mandato puede decir que ha cumplido con estas normas, puede estar tranquilo, porque ha cumplido con la ley, con el pueblo que lo eligió, con su conciencia y con Dios.
Muchas gracias, señoras y señores.
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