Creo firmemente que la actitud con la que uno se enfrenta, cada mañana, a los retos de la vida, desde los más simples a los más complejos, constituye el ingrediente fundamental para alcanzar cualquier meta que uno se proponga. La gran interrogante es: ¿Esa actitud es algo aprendido y adquirido en el ejercicio de la vida, o es un regalo genético que uno va puliendo y mejorando? En mis setenta y dos años de vida, me he encontrado con mucha gente exitosa, y es evidente que las dos opciones se dan, que esas realidades no son excluyentes. En mi caso, debo decir con franqueza, es más que razonable admitir que mi hogar, en el que me formé, estuvo marcado por un ejemplo positivo, emprendedor y diría, incluso, tenaz. Ese legado, valiosísimo, por cierto, y el ejercicio responsable de la vida misma, me fueron forjando y aportándome las cualidades para desempeñarme en diferentes escenarios o ámbitos de la vida privada y pública del país.
Si bien el campo privado es distinto del público, ya que ambos requieren de cualidades y destrezas especiales, no es menos cierto que para lograr el éxito, en los dos hay, por lo menos, un ingrediente común: La actitud con que se acometen las tareas. Sería complejo, por no decir improbable, lograr la meta planteada sin la adecuada actitud, sin poner en marcha la acción que nos conduzca hacia ella.
El éxito, decía Sir Winston Churchill, no está en vencer siempre, sino en no desanimarse nunca. Siempre he creído que no hay tarea lógica imposible. Improbable sí, pero imposible no. Obviamente, hay otros muchos ingredientes que se requieren para alcanzar un propósito, pero resulta incuestionable, por lo menos desde mi experiencia de vida, que la acción positiva es imprescindible. Sin ella, ninguna tarea, ni la más común, peor aún las grandes empresas que nos revela la historia, como la conquista de Alejandro Magno, por ejemplo, serían alcanzables.
La voluntad es el principio de toda acción.
Pero la actitud es sólo el inicio de la acción conducente a la meta; es imprescindible, pero no es el único ingrediente. Cuando he enfrentado una tarea, de cualquier orden, mi primera inquietud es la de profundizar en la cuestión que se plantea, sea esta de orden personal, empresarial o pública, hasta lograr un cabal entendimiento del problema, de la tarea misma. ¿En qué consiste? Sólo el cabal conocimiento de nuestra tarea y objetivo nos permitirá poner en marcha todos los recursos humanos, intelectuales, técnicos y de otro orden que se requieran para lograr el éxito de la gestión.
Cuánta gente, entusiasta hay que no logra sus objetivos, simplemente porque no conoce adecuadamente el problema o la tarea. El nivel de conocimiento es una ventaja enorme frente a los competidores sean estos de cualquier naturaleza, o una desventaja que puede conducir al fracaso.
En mi ya larga, experiencia personal, he debido tratar diversos temas. Como empresario, en lo relativo al papel, carton corrugado, avena, harina y otro sinnúmero de productos; como ingeniero en asuntos de diseño, cálculo, instalación, mantenimiento, etc.; como mandatario, en lo relacionado con la gestión presidencial que abarca todos los escenarios y actividades del quehacer nacional; y como Alcalde, donde uno está más cerca de la angustia de la gente, siempre me preocupé –y me preocupo aún, por supuesto– de involucrarme directamente con los temas cuya solución debía y debo promover. Actualmente, una vez más como Diputado, investigo los temas que me corresponde denunciar e introducir en el debate nacional. El conocimiento o entendimiento de un asunto confiere, además, seguridad y confianza personal, por un lado; y, por otro, reconocimiento del liderazgo.
La sociedad de hoy, cada día más vertiginosa y mejor informada es más competitiva y demandante. La tecnología actual, la evolución gigantesca de las comunicaciones, de la computación y del internet, constituyen herramientas valiosísimas que nos permiten estar más y mejor informados.
En muchas ocasiones, el conocimiento implica un enorme esfuerzo de aprendizaje. Es obvio y natural que una persona, profesional, ejecutivo privado, político o funcionario público, no cuente con conocimiento en todas las materias. Admitir ese hecho es el primer paso para sumergirse en el proceso de entendimiento, a partir del cual se puede desarrollar una estrategia o elaborar una propuesta.
La complejidad de los temas y el amplio campo que se debe abarcar desde las ubicaciones de mando gerencial o político, demanda del ejecutivo o líder la integración de un equipo. Hay que reconocer que carecemos de la capacidad técnica y física para abarcarlo todo. Alguno de mis aciertos, ha sido siempre el de seleccionar, en términos generales, al mejor equipo posible para cada ocasión.
El trabajo en equipo simplifica las cosas, aporta conocimientos en diversos ramos y permite a quien toma decisiones integrar una propuesta global, con una visión mas universal tanto del problema como de la solución. Creo firmemente en el trabajo en equipo, mi vida pública como privada, son un testimonio de ello. Con absoluto desprendimiento y reconociendo las cualidades de cada uno de mis colaboradores, he incorporado nuevas generaciones a las actividades privadas y públicas del país. Para referirme a lo público, quizás el gobierno que más personas idóneas ha aportado al país –y lo digo sin falsa modestia–, ha sido el que yo tuve el inmenso honor de presidir. Hombres y mujeres que fueron parte de un equipo, y que hoy, con sus propios cuadros, siguen transformando las comunidades que los han elegido.
¿Cómo integrar un equipo? Hay que buscar a los mejores. Hay que admitir que en lo político eso no siempre es posible, pues el partidismo conduce, casi siempre, a que hombres y mujeres preparados sientan, absurdamente, que brindar su contingente a un ejecutivo, de un partido distinto al suyo, es una especie de traición. En todo caso, lo que sí es indispensable es tener la libertad de elegir a los miembros del equipo, que uno personalmente considere idóneos para acometer la tarea planteada. En el mundo privado o público –en este último por sobre todo– hay ocasiones en que se pretende influir o limitar la capacidad de elegir a los colaboradores, para dejar espacio a los requerimientos de los accionistas –si se trata de una empresa– o de los otros partidos políticos aliados, o de los propios partidarios –si se trata de una gestión de gobierno–. Permitir esa influencia o intromisión, es el primer paso al fracaso. El equipo tiene que ser seleccionado por la cabeza de la organización; por quien, a la postre, será el responsable de los aciertos o desaciertos.
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