Desafío, compromiso de todos

Itzi De la Rosa
18 agosto 2021

(Texto de Jorge A. Gallardo Moscoso, libro León, Guayaquil vive por ti).

Las aseveraciones del candidato en torno al estado de la ciudad, es menester destacar, si bien estremecen y revelan un cuadro aterrador, son conocidas por todos los habitantes de Guayaquil, cuya calidad y condiciones de vida había venido deteriorándose en forma vertiginosa. Se hablaba de que, prácticamente, se había tocado fondo y que, por lo mismo, el camino que quedaba era salir, de la forma que fuere. Para entonces se decía -y, al parecer, no equivocadamente- que el único que debía y podía enfrentar con éxito la delicada misión era León, el ciudadano que repetía que sólo “mi profundo sentido de responsabilidad hacia mi ciudad” lo llevaba a una nueva contienda electoral, convencido que “no podía mirar atrás y darle la espalda a mi ciudad”.

Diario El Universo, 24 de agosto de 1992 1

Pero este no era un asunto de un solo hombre, de un cuerpo edilicio; si todos sabían lo que pasaba a todos correspondía entregar su mejor esfuerzo, su colaboración, su apoyo. No de otra manera entendía el candidato la posibilidad de liderar una gestión municipal que, inclusive, entre quienes sabían de las exitosas ejecutorias de éste, una comprensible duda los llevaba a presagiar fracasos. No se diga entre los opositores que, aparte de estar interesados en ver malograda la administración, tenían la certeza de que era imposible que Guayaquil enderezara su rumbo y que sus moradores tengan una mejor suerte.

Pero, ¿cuáles eran las razones por las que se había llegado a tal extremo, al estado de descomposición que vivía la ciudad? Muchas podrían ser una respuesta, pero entre las más importantes se anotan: “El subdesarrollo general que ha imperado secularmente en el Ecuador, la migración de miles ecuatorianos que buscan mejores días en las dos más grandes ciudades: Quito y Guayaquil, la creación de los conocidos cordones de miseria (suburbios), que le impusieron a nuestra comunidad un crecimiento que en algunos años sobrepasó el 6%, crecimiento insólito en el desarrollo de los pueblos de la tierra, que es imposible financiar a ningún gobierno municipal, salvo de tener el apoyo incondicional del gobierno nacional, cosa que, desgraciadamente, en Guayaquil no ha sucedido”.

Responsable, inequívocamente, era el estilo político populista entronizado en la municipalidad, en el que hacía suprema gala la demagogia, la oferta fácil y desmesurada que revive esperanzas, sobre todo en los sectores menos favorecidos; y, lo más grave, se había convertido “en una fuerza irracional, poco ilustrada”, aprovechadora de la angustia popular que, a su vez, pagaba las consecuencias. A ello, súmese la despreocupación ciudadana, “la falta de cultura política, la falta de escogimiento para seleccionar a la persona idónea que conduzca el gobierno municipal, la indolencia cívica de la comunidad, dejando -como era evidente- la actuación política a los peores y los resultados están a la vista”.

Otros factores como la falta de orientación ciudadana por parte de los medios de comunicación social, la centralización administrativa y económica, el descuido permanente del gobierno central para atender y solucionar los problemas locales, dice Febres Cordero que también deben tomarse en cuenta al momento de buscar respuestas a la crisis que vivía Guayaquil. Los señalados y otros durante los últimos 40 años “han acentuado, han gravitado y han destruido en si la esencia misma del gobierno municipal y allí están los resultados negativos, dramáticos”.


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