(Texto de Jorge A. Gallardo Moscoso, libro León, Guayaquil vive por ti).
Su comprobada vocación de servicio era lo que lo tenía ahí: candidato a la alcaldía de Guayaquil. Por tanto, la campaña tiene que realizarse y él recorre la ciudad y toma contacto con hombres y mujeres, constatando que “el drama de dolor y miseria es superior a lo imaginable por un ser humano”, ya que “la ciudad está sepultada en basura, sin alcantarillado, sin agua potable, sin obra pública” y, obviamente, “los más afectados son los sectores humildes, en los que las condiciones de vida se han vuelto infrahumanas; allí no se lucha por vivir, se lucha por no morir”.
Lo que sucedía en la ciudad más grande, más poblada y más importante del Ecuador, realmente era grave; los últimos 4 años habían estado “caracterizados por el abuso de una familia que se apoderó del municipio para beneficio personal, que, sin importarle la suerte de los guayaquileños, se enriqueció con el dolor del pueblo”. Febres Cordero describía una realidad cruda, desesperada y lacerante, pero -curtido en los avatares de la política- no estaba dispuesto a dar marcha atrás y, más bien, se mostraba positivo y convocante: “Digamos sí a la decisión, no a la indecisión; digamos sí al optimismo, no al pesimismo; sí a los que nunca han encontrado pretexto para callar frente al dolor de los pobres, no a los que se han refugiado en el silencio. El país sólo tiene dos opciones: o continuamos como estamos o tomamos el reto del cambio”
Con quienes habrían de ser sus primeros colaboradores y con los integrantes de la lista para concejales del cantón, día a día recorre la urbe, lo hace sin descanso, procurando que no haya sitio que no merezca su atención. Ya lo había hecho antes, sea como ciudadano común interesado en conocer “desde adentro” su real situación, ya como candidato a legislador y para presidente de los ecuatorianos. Eso le permitió en ambos casos, en el privado y en el público, identificarse con las necesidades de la gente, entenderla, ofrecerle y cumplirle. Decía que el diálogo directo con la gente, intercambiar opiniones, saber la gravedad de sus problemas, lo enriquecía como ser humano y, claro está, le permitía satisfacer, si no todas, sí las principales y justas demandas populares.
Las reuniones de trabajo se multiplicaban y los resultados de las investigaciones que sobre el manejo municipal se obtenían, eran, como todas las cosas que de esa administración se conocían, alarmantes por decir lo menos; se trataba de “una tragedia”, porque para nadie era desconocida “la desgraciada situación que acosa a nuestra ciudad y al cantón, y la dramática responsabilidad que esto impone sobre el nuevo gobierno municipal”, que le tocará -a partir de agosto de 1992- por soberana decisión popular, presidir.
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