El secuestro del querido amigo de mi papá, Nahim Isaías, con quien había compartido el viaje a Cuba y participado en todas las reuniones que allí se llevaron a cabo, era motivo de consternación. Los secuestradores eran miembros del grupo terrorista AVC y del M19 de Colombia, que habían montado una operación conjunta. Las instrucciones de mi papá a la policía fue que trabajaran sin descanso hasta localizar el paradero de Nahim. La pronta operación en Guayaquil había trastocado los planes iniciales de los secuestradores que pretendían sacarlo de la ciudad. El gobierno de mi papá pidió ayuda a la policía de Colombia y de España, con mucha experiencia en materia terrorista. Los gobiernos de ambos países accedieron de inmediato y enviaron profesionales especializados en este tipo de delitos y actividades.
La policía Nacional del Ecuador también contaba con personal altamente capacitado y, en operaciones conjuntas, fueron cercando a los secuestradores que se fueron dispersando en varios puntos de la ciudad y en casas llamadas de seguridad. Estaban desarticulados y, a la vez, desesperados, una mala combinación para la seguridad del rehén.
El día miércoles 7 de agosto de 1985, mientras mi papá se encontraba en una reunión de trabajo en su despacho en la presidencia, recibió una llamada de Jaime Nebot, Gobernador del Guayas. Jaime le comentaba que acababan de secuestrar a Nahim Isaías. Mientras mi papá y Jaime hablaban, este último recibía información de la policía, que se había movilizado de inmediato y seguido a un par de vehículos sospechosos, que habían detenido a un auto en el que se encontraba uno de los secuestradores y mentalizador del mismo, Juan Cuvi. Inmediatamente, llamó Luis Robles Plaza, quien le ratificó lo ocurrido y a quien instruyó para que movilizara a la policía y a los servicios de inteligencia.
Mientras mi papá se involucraba directamente y día a día en conocer los pormenores de la búsqueda de Nahim, el día 10 de agosto se instalaba el Congreso para elegir dignidades. Efectivamente, se conformó una nueva mayoría que permitió que el gobierno lograra la reforma a 17 leyes, entre ellas la Ley de Hidrocarburos, la misma que permitió que el país celebrara 7 nuevos contratos de exploración y explotación petrolera, cuando desde 1973 no se firmaba ninguno. Objeto de reformas también fueron la Ley de Bancos y la de Régimen Monetario, a fin de otorgar libertad a las autoridades monetarias para establecer políticas financieras y de crédito. La Ley de impuesto a la Renta se modificó para eliminar la discriminación tributaria a la inversión extranjera en relación con la nacional, lo cual era un sin sentido.
A pesar de toda esta situación, mi papá pasaba en lo personal un mal momento. Un ciudadano, además su amigo y hombre prestante de la colectividad, había sido privado de su libertad por la fuerza por el grupo terrorista AVC. Una situación compleja e inaceptable. Hacía todos los esfuerzos posibles para su liberación. Mi mamá hacía esfuerzos por ayudarlo a disiparse, pero no era fácil.
Finalmente, el día 29 de agosto de 1985, al finalizar la tarde, mientras mi papá se encontraba en una visita a la provincia de El Oro, fue informado por el General Milton Andrade de la policía nacional, que la casa donde lo tenían retenido a Nahim había sido ubicada en el barrio de La Chala, en Guayaquil. Mi papá, luego de una charla con Jaime Nebot, decidió retornar a Guayaquil. Al mismo tiempo, pidió a Chaly Pareja que volara de Quito a Guayaquil para encontrarse en la gobernación.
En la reunión en la gobernación del Guayas, mi papá fue informado de la situación. La casa estaba rodeada y él pidió que no se intentara ningún operativo hasta no enviar un delegado suyo a hablar con los secuestradores. Se elaboró un plan.
A la mañana siguiente, viernes 30 de agosto, Chaly Pareja Cordero se hizo presente en la Chala para hablar con los secuestradores. Usando un megáfono les hizo saber a quienes retenían a Nahim que él iba a conversar con ellos. Ellos respondieron con disparos y la policía hizo lo mismo. El delegado de mi papá, pidió calma y les insistió en dialogar. Uno de los secuestradores colombianos, le pidió que se acercara hasta la ventana en que se encontraban mientras apuntaban a la cabeza de Nahim. Las conversaciones fueron complejas. Inicialmente estaban comandadas por uno de los colombianos de los tres de esa nacionalidad que estaban ahí, dos varones y una mujer. El cuarto era ecuatoriano, Patricio Rojas, dueño de la casa.
Las conversaciones parecían dar fruto, los secuestradores aceptaban liberar a Nahim a cambio de que ellos fueran trasladados a Cuba en un avión cubano. Después de las consultas diplomáticas, y aprovechando la relación entre los gobiernos de Ecuador y Cuba, la propuesta fue aceptada con la condición de que Nahim no fuera parte del viaje, en su lugar irían el embajador de Cuba en Ecuador y Luis Chiriboga Parra. Los preparativos para cumplir con la propuesta se pusieron en marcha. Cuando el delegado de mi papá volvió para establecer un protocolo de operación y colocar un bus para transportar a los secuestradores, estos cambiaron de opinión violentamente. En este momento, Patricio Rojas, ecuatoriano, que después se supo había estado internado en el manicomio Lorenzo Ponce, hacía de portavoz.
Entre los secuestradores había malestar y agresiones mutuas por el control de la situación. Rojas dijo que Fidel era amigo de mi papá y que no había garantía de que en Cuba no los detengan. Que esa no era una solución, digan lo que digan los demás secuestradores. Nahim, que los acompañaba en la ventana y que, de cuando en cuando, participaba de los diálogos, estaba demudado. La tensión e irritación entre los que ocupaban la casa era enorme. Había violencia y agresiones permanentes a Nahim y la amenaza de matarlo.
A la mañana siguiente, sábado 31 de agosto, una nueva propuesta surgió. El viaje sería a Nicaragua, en las mismas condiciones planteadas anteriormente. Se puso en marcha el contacto con el Embajador de ese país en Quito. Cuando la aceptación fue obtenida, el delegado de mi papá se dirigió hasta la residencia que ocupaban los secuestradores para charlar con ellos nuevamente junto a una ventana, apenas un metro de distancia había entre los terroristas y el delegado del gobierno. Con tono violento, Patricio Rojas, esta vez secundado por la única mujer del grupo captor, dijo
que habían cambiado de opinión. En medio de gritos y proclamas revolucionarias, dijo que no querían nada sino la muerte. No habían llegado hasta ahí para no ser “héroes” sacrificados por la lucha revolucionaria. Sacudieron a Nahim, lo golpearon y gritaron que lo iban a matar.
El absurdo y la ilógica dejaban absorto al delegado de mi papá. No había coherencia alguna, al menos desde el punto de vista de alguien sano mentalmente, en la postura de los terroristas. Las amenazas y violencia física contra Nahim crecían cada minuto. El tiempo era vital. Los secuestradores, todos, estaban desbordados y delirantes. Algo había que hacer.
Todas las conversaciones que mantuvo el delegado de mi papá con los secuestradores fueron grabadas. Al final del día eran enviadas a mi papá que las escuchaba en presencia de los directores y propietarios de los medios más importantes de la ciudad de Guayaquil. Él quería que la prensa estuviera al tanto de la realidad de la situación.
La noche del domingo 1 de septiembre, desde una casa de la Chala que había ocupado el delegado de mi papá junto con elementos de la policía, del ejército y de la policía española, Chaly Pareja llamó a mi papá para reportarle, por medio de un teléfono militar, la situación de inminente riesgo y peligro para la vida de Nahim. La casa de los secuestradores era una casa de enajenados mentales.
Es muy complejo entender la mente de un terrorista que es capaz de asaltar, matar a sangre fría a policías, poner bombas y privar de la libertad a un hombre y someterlo a torturas. Esa mente está buscando la muerte, la inmolación. El terrorista cree que su vida bien vale la pena para la causa que defiende. Su objetivo va más allá de una llamada de atención, busca el caos, producir indefensión, terror social e inseguridad pública. Todos los días leemos en la prensa de hombres y mujeres bombas, que se atan explosivos al cuerpo o que cometen delitos de sangre sabiendo que enfrentan la muerte. Este era el caso. No cabía ni pensar en no hacer nada. Todos los esfuerzos por encontrar una salida se habían puesto sobre la mesa. Todos, con un pretexto u otro, fueron descartados. Para mi papá en lo personal y para el gobierno como tal, el éxito consistía en preservar la vida del rehén.
Mi papá tomó la decisión de intentar el rescate. Pidió a Ricardo Estrada, de la Empresa Eléctrica de Guayaquil, que diera mayor luminosidad al sector. Al poco tiempo se instaló cerca de la vivienda en la que se encontraba secuestrado Nahim una torre de luminarias del estadio Capwell. En las inmediaciones se encontraban, para dar apoyo, el Dr. Alfonso Harb Mereb, padre de Alfonso Pocho Harb, médico personal de Nahim, y Luis Chiriboga Parra, Presidente de la Cruz Roja del Guayas. Se tomaban todas las medidas para la seguridad de Nahim. Mi papá no se habría perdonado que muriera sin hacer un esfuerzo por rescatarlo.
El ejército ecuatoriano había conformado un comando, que era ayudado por la policía especializada española a armar un plan. La hora quedó en secreto. Se estudió la arquitectura de la casa, la ubicación de las ventanas. Nahim, mientras charlaba con el delegado de mi papá, le fue indicando, de manera sutil, cuántos secuestradores había, a cuántos pasos estaba la cocina y cuántas habitaciones había. Él demandaba el rescate, la situación no daba para más, sabía que, por la conducta de sus captores, estaba en peligro inminente.
Los miembros del grupo especial de la policía española, colaborarían en la operación usando unas escopetas de corneta que causaban un gran estruendo, que debía provocar una confusión momentánea en los secuestradores y el propio Nahim, suficiente, para permitir el ingreso del comando. En la puerta de la casa se colocó explosivo C4 para que esta cayera de inmediato y permitiera el ingreso de quien encabezaba el operativo, que iba equipado con un peto y casco con visera hasta el cuello a prueba de balas. Eran cerca de las dos de la mañana del 2 de septiembre de 1985.
A la hora prevista y de manera sincronizada, detonaron el explosivo de la puerta, y las escopetas de corneta que se habían introducido por las ventanas de la vivienda. La puerta no cayó debido a la presencia de otra puerta de hierro, cuya existencia no se conocía, que estaba detrás de la de madera que daba acceso a la vivienda. Ante la desesperación, uno de los policías españoles, de inmediato, con un combo, terminó de tumbar la puerta de hierro que había quedado desgonzada, permitiendo el ingreso del comando ecuatoriano. En ese preciso momento se oyó una detonación dentro de la casa. El comando ecuatoriano ingresó con prisa. En medio de la confusión y del fuego, lograron sacar a Nahim de la casa para subirlo a la ambulancia de la Clínica Guayaquil, que mi primo Roberto Gilbert Febres Cordero tenía preparada afuera de la casa del secuestro. Nahim estaba vivo y balbuceaba. La mujer colombiana que lo custodiaba le había disparado. Nahim recibió un solo tiro que, penosamente, le había atravesado el tórax hasta la pierna derecha, comprometiendo la aorta. La ambulancia se dirigió a toda velocidad a la Clínica Guayaquil hacia donde mi papá también se había dirigido.
Los secuestradores se resistieron a la detención y murieron a fuego en el enfrentamiento con el comando del ejército ecuatoriano.
Fue un episodio triste y conmovedor, tanto en lo personal como en lo institucional. Algunos políticos de oposición y también medios de comunicación como el diario Hoy, hablaban de los derechos humanos de los terroristas y se olvidaban de la víctima del secuestro y del asesinato. Para el llamado bloque progresista, este fue un elemento de ataque a mi papá, para ellos eran más importante los secuestradores que el secuestrado. Nunca reprocharon el ataque a la paz y tranquilidad ciudadana que provocaba el terrorismo en el país.
A los pocos días del suceso, el Consejo de Seguridad Nacional se reunió y reforzó el plan para terminar con el azote del terrorismo en el país, que asesinaba policías (un promedio de uno por semana en los 4 años de gobierno), asaltaba y amenazaba la paz social.
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