Las conmemoraciones de los aniversarios de fundación y de independencia de la ciudad, volvieron a tener la trascendencia e importancia que les corresponde. Como todos los demás temas, los de las efemérides también perdieron todo prestigio y -casi con seguridad- todo interés por parte de los vecinos porteños. Los pueblos necesitan, sin duda alguna, de sus referentes históricos, de la recordación de los hombres y mujeres que aportaron a su progreso. La administración municipal que se estrenaba lo tenía muy claro y, por lo mismo, a lo largo de 8 años consecutivos, volcó atención primordial a dichos registros, obteniendo muy buenos frutos y que se sintetizan en uno sólo: mejor autoestima.
Rememorar el 9 de Octubre de 1820 significó relevar un acontecimiento “decisorio en las luchas por la independencia, que con todo merecimiento permanece inscrito en el índice de los hechos más importantes de la América hispana. Y, en el orden particular, para nuestra nación ecuatoriana, la heroica y decidida acción de los patriotas guayaquileños, que dio pábulo al triunfo definitivo en las laderas del Pichincha, en 1822; propició la consolidación de la autonomía política de la región y la creación del Distrito del Sur que, iniciándose como parte integrante de la Gran Colombia, conformó después, desde 1830, la actual república del Ecuador, soberana, independiente, democrática y unitaria”.
Fue ocasión propicia para recordar y decirlo, sin ambages, que sin la gesta del 9 de Octubre no existiría el Ecuador de hoy, ni tampoco habría podido concebirse jamás su consolidación como Estado sin el aporte invalorable y generoso de los hombres y las mujeres de esta ciudad, cuya presencia ha sido sustancial en cada uno de los actos que conforman el largo y complejo proceso histórico nacional.
“Guayaquil por la Patria y Guayaquil por Guayaquil no son expresiones contradictorias ni excluyentes. Por lo contrario, constituyen manifestaciones tradicionales que conjugan rebeldía y generosidad; hidalguía y franqueza; ansias de superación y espíritu de colaboración; sentimiento nacional y amor hacia la patria chica. Guayaquil es urbe de nobles y grandes tradiciones ecuatorianas: no existe página de gloria en la historia nacional en la que no se encuentre escrito el nombre de Guayaquil. Y así va a seguir siendo para eternas memorias, porque, así como los guayaquileños, con bizarra altivez, anhelamos una ciudad próspera y floreciente, soñamos con una patria grande, unida, victoriosa y justa, porque el Ecuador es un solo y la fraternidad de sus hijos constituye antecedente para afrontar los desafíos del presente”.
Nadie duda que Guayaquil nació luchando y ha triunfado permanentemente. Por eso, a lo largo de su historia, el temple indoblegable de sus hijos “superó la voracidad de los piratas, el devastamiento de los incendios, la crueldad de la peste. Como Ave Fénix que surge de sus propias cenizas, Guayaquil se levantó después de cada adversidad con mayor pujanza, con mayores deseos de superación, con una más grande decisión de encarar los retos y desafíos de la vida”.
Era necesario recalcar el heroico fervor patriótico de los guayaquileños que, desde entonces y por siempre, se entregaron a la tarea noble de consagrar las libertades públicas y lograr la autonomía de la patria, emancipándola del dominio español. Y aún cuando muchos fueron los participantes y artífices del triunfo de la libertad, es justo mencionar los nombres inolvidables de Olmedo, Villamil, Roca, Antepara, Illingworth, Vivero, Escobedo, Febres-Cordero, Letamendi, Urdaneta, Lavayen, los Elizalde, entre otros.
“Con la toma de los cuarteles españoles, la revolución triunfó y Guayaquil se cubrió de gloria ese 9 de Octubre de 1820: teníamos, finalmente, patria libre y habíamos conquistado la anhelada emancipación… (y) el juramento de ser independientes, fieles a la patria, defenderla con todas las fuerzas a sus alcances, y coadyuvar con todo lo concerniente a su prosperidad, leído en el Acta de Independencia, nunca perderá vigencia en este indómito pueblo”
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