Para entonces ya le rondaba en la cabeza una visita a Cuba, impulsada por su amigo y embajador de Ecuador en la Habana, Manuel Araujo Hidalgo, a quien mi papá le decía cariñosamente Omoto. Araujo le decía con frecuencia a mi papá que Fidel Castro quería conocerlo, que estaba seguro que, a pesar de las distancias ideológicas, humanamente se entenderían a las mil maravillas. Mi papá, además, había hecho una magnífica relación con el embajador de Cuba en Ecuador, José Zamora. La Cancillería ecuatoriana había planificado, en el mismo mes de abril de 1985, un viaje de mi papá y otros funcionarios de gobierno a los Estados Unidos de América. Por razones de economía, se decidió aprovechar ese viaje para ir luego a Cuba. A sabiendas que desde Estados Unidos no se podía volar directo a la Habana, se preparó una escala en México.
El viaje a Cuba tenía una connotación muy especial. Mi papá era el primer Presidente de un país no comunista o socialista que visitaba la isla desde que era gobernada por el partido comunista y Fidel. La prensa nacional y extranjera comentaban mucho sobre el tema, incluso una buena parte del gabinete ministerial mostraba su sorpresa.
Mi papá y una pequeña delegación, de la que formaba parte su querido amigo Nahim Isaías, a quien quería hacerle una deferencia especial. La primera parada se hizo en Nueva York, donde mi papá tenía previstas varias reuniones organizadas por el Ministro de Finanzas Francisco Swett, a fin de consolidar la renegociación de la deuda externa y la apertura de los mercados de capitales para el país. Mi papá fue acogido con gran entusiasmo por la comunidad financiera de la capital económica del mundo.
Durante su estancia en Nueva York, recibió la visita de Henry Kissinger, con quien ya se había reunido en un viaje anterior cuando fue elegido, pero aun no se había posesionado. Había hecho una magnifica relación. Durante la charla, Kissinger le dijo a mi papá que conocía de su viaje programado a Cuba, que sin duda era un viaje sorprendente y sorpresivo, pero que lo entendía, pues el mismo había planificado una visita del presidente Nixon a China cuando era secretario de Estado. Le dio un par de consejos y alguna descripción sobre la personalidad de Fidel. Mi papá sólo escuchó. Ese mismo día por la tarde, recibió una llamada del vicepresidente George W Bush, para saludarlo y desearle una buena estancia en Estados Unidos. Tenían una relación de buenos amigos. El vicepresidente Bush, también le mencionó el tema del viaje a Cuba, con mucho respeto y diplomático cuidado, trató de indagar los motivos del viaje. Mi papá le dijo que le parecía correcta la visita, que las distancias ideológicas no deben afectar las relaciones entre los países y los seres humanos. Luego hablaron del tema de la refinanciación de la deuda y de la política regional.
De Nueva York, la delegación viajó a Los Ángeles donde había varias presentaciones con inversionistas del sector petrolero. Una mañana, antes de salir del hotel a una charla/ desayuno, mi papá recibió una llamada del presidente Ronald Reagan. Luego de los saludos de rigor, la charla pasó al viaje a Cuba. Mi papá no hizo muchos comentarios sobre el tema, simplemente dijo que era un viaje para acercar a pueblos hermanos. El presidente Reagan no insistió y ambos bromearon un poco. Reagan aprovechó para decirle que había dado instrucciones para que se le extienda a mi papá una invitación oficial y de Estado para que visitara Washington el próximo año.
Terminada la vista a Estados Unidos, la delegación salió rumbo a México, donde los esperaba el presidente Miguel de la Madrid. Allí estaba prevista una reunión para tratar temas sobre las relaciones comerciales de los dos países. Terminadas las reuniones entre los presidentes, la delegación partió hacia Cuba. En el avión presidencial iban muchos periodistas que mostraban su inquietud por la visita a un icono de la revolución cubana y del comunismo latinoamericano.
Fidel, su hermano Raúl y otros altos funcionarios del gobierno cubano, esperaban a bajo de las escalinatas a mi papá y los demás miembros de la delegación. A un costado de la pista, acompañado de una aglomeración de personas, había un retrato gigante de mi papá, con una leyenda de agradecimiento por la visita. El primer saludo fue un cordial pero distante apretón de manos. Fidel, en el tono afable que lo caracterizaba, le dio la bienvenida y juntos caminaron al auto que los trasladaría a la residencia de hospedaje de la delegación. Los demás funcionarios ecuatorianos fueron trasladados en autos y vans. Durante el trayecto, se observaba como los dos mandatarios charlaban animadamente. A mi papá y la delegación que lo acompañaba, los hospedaron en lo que había sido el antiguo Country Club, un barrio residencial de gente acomodada que en ese momento servía para visitas de mandatarios y funcionarios extranjeros. Por la noche se había organizado una recepción en un salón especial que quedaba en la misma urbanización o conjunto residencial. La armonía y conexión entre mi papá y Fidel surgió de inmediato. Se trataban de tú y se hacían bromas. Fidel le dijo, en medio de la recepción, chico, no fumes cigarrillos, prueba tabaco de verdad y le ofreció un puro Cohiba mientras le decía, este no te va a matar, te va a dar más vida. Mi papá lo tomó y lo prendió. Desde entonces hasta el día de su muerte, recibía cada mes una caja de esos puros. Ya no sólo fumaba cigarrillos sino también habanos.
Recorrieron juntos varios sitios de la isla. Fueron a Cien Fuegos, visitaron centrales hidroeléctricas, los hatos de ganado búfalo, los cultivos de caña y los ingenios, pero lo más destacado del viaje, fueron las visitas nocturnas de Fidel a la residencia de la delegación ecuatoriana. Llegaba a las 8:30 de la noche o luego del evento que se hubiera preparado, y se instalaban interminables charlas. Compartían anécdotas de sus vidas y debatían sobre temas ideológicos con gran respeto y simpatía. Los miembros de la delegación, entre ellos Nahim Isaías, también aprovechaban la ocasión para hacer preguntas. Fidel era un conversador inagotable y entretenido y mi padre también. Fidel se retiraba casi al amanecer, a pesar de que casi a renglón seguido había que prepararse para una nueva reunión. Esto ocurrió todas las noches en que la delegación permaneció en Cuba. Fidel y mi papá se hicieron grandes amigos.
La visita a Cuba significó el rompimiento del tabú de que no se podía visitar Cuba porque se incomodaba a los “gringos”. Ningún presidente se había atrevido a hacerlo y, de alguna manera, Cuba sufría un aislamiento político que mi papá hizo añicos en pocas horas. Fidel lo entendía y lo agradecía. En lo interno de nuestro país, de una u otra manera, la visita era una bofetada a la izquierda excluyente y con aires de supremacía moral e intelectual. Fidel apreciaba a mi papá, sin duda, más que a muchos de aquellos que eran sus simpatizantes o correligionarios. Mostraba que el diálogo y el acercamiento sí era posible, que los antagonismos no eran sino un daño para el país.
Fidel siempre dispensó a mi papá una consideración especial. En el año 2002, cuando viajó a Quito para la inauguración de la capilla del hombre doliente, se tomó la molestia de ir a Guayaquil antes de seguir viaje a Cuba. Mi papá fue hasta el aeropuerto para recogerlo y trasladarlo al Cortijo, donde estábamos todos los miembros de la familia y algunos amigos cercanos. Fidel llegó temprano, como a las 8 de la noche, y se marchó a las 2 de la mañana para dirigirse al aeropuerto para seguir rumbo a Cuba, Fue una noche magnífica, de gran camaradería y respeto. Fidel conversó con todas nosotras, nuestros esposos e hijos. Se mostró entrañable. A sabiendas que la prensa se había agolpado a las afueras de la casa del El Cortijo, Fidel le dijo a mi papá, León, vamos juntos a atender a la prensa. Salieron y saludaron con los reporteros y respondieron sus preguntas. Luego de eso siguieron charlando durante horas e intercambiando ideas y conceptos.
Fidel siempre estuvo pendiente de la salud de mi papá como lo estuvieron otros ex mandatarios como George Bush.
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