Febrero 6 de 1992
“…Para ustedes, guayaquileños; para ustedes, ecuatorianos; por la Patria, ACEPTO LA CANDIDATURA A LA ALCALDÍA DE GUAYAQUIL… “
Ecuatorianos:
Vivimos hoy una de las realidades más dramáticas y duras de la que podamos tener memoria como nación. El país se debate en la más profunda miseria. Los padres de familia no tienen trabajo, y los pocos que lo tienen perciben sueldos paupérrimos. Las madres sufren la angustia de ver a sus hijos desnutridos. Los jóvenes tienen golpeada la esperanza. No hay servicios ni obra pública en ningún rincón del país. El Ecuador está abandonado a su suerte.
El doctor Borja, compatriotas, no ha tenido la sensibilidad social que debe caracterizar a un jefe de Estado, llamado a ser el primer servidor público. Su gobierno, todo su gobierno, es una especie de grupo de fantasmas. A lo largo de estos casi cuatro años no ha habido una política salarial coherente; los agricultores han sido olvidados y no tienen atención ni crédito, trayendo como consecuencia la escasez y la inflación; la industria sigue sin lineamientos claros para invertir, desarrollarse e integrarse al mundo; la obra pública virtualmente no existe; todo el ritmo de desarrollo del país, su pujanza, se detuvo brutalmente el día en que este gobierno asumió su función. La infraestructura hospitalaria del país está paralizada y deteriorada. Las epidemias y las infecciones han menguado la salud del pueblo. El cólera, como hace cincuenta años, ha vuelto a cobrar vidas de niños, mujeres y hombres. La delincuencia se ha apoderado del país. Los ecuatorianos vivimos en la inseguridad.
Todo esto, ecuatorianos, como si se tratase de una venganza contra el pueblo, se da en medio de un multimillonario presupuesto del Estado… Se preguntarán ustedes, compatriotas, ¿qué se hace ese dinero que es del pueblo? ¿En qué se gasta? Nadie responde, pero lo que sí sabemos es que el pueblo no es beneficiario de lo que por legítimo derecho le corresponde, pues el presupuesto se elaboró con la característica de este Gobierno, sin priorizar, sin poner en primer lugar la satisfacción de las necesidades elementales que les permitan a los ecuatorianos llevar su vida con dignidad.
Insensible es quien gobierna el país, como lo son todos aquellos políticos que han guardado cómplice silencio frente a estos hechos, traidores todos ellos de la inspiración popular. En estos días el país tiene la evidencia irrefutable del quemeimportismo oficial. En los albores del siglo XXI, cuando el mundo está regido por la alta tecnología, no hay energía eléctrica. Hemos vuelto a la vela y al candil; no por la falta de lluvia, sino por la imprevisión en el mantenimiento de la reserva termoeléctrica del país. Hemos retrocedido cincuenta años, ecuatorianos. Mientras todo esto ha venido ocurriendo, el doctor Borja se preocupa del boato y los viajes, construyendo el culto a su personalidad, paseando su vanidad por los foros internacionales e insistiendo en tesis del pasado que mantienen al país a la saga del desarrollo del mundo, tirándole la puerta en las narices a los cambios que se suscitan en el orbe. Ningún mandatario, por muy legítimo que sea el origen de su mandato, tiene derecho de postergar a su patria, por el capricho de imponer su criterio. El país es hoy más subdesarrollado y menos integrado al mundo que hace cuatro años.
Compatriotas, nací y vivo en Guayaquil, como otros cientos miles de ecuatorianos de las restantes veinte provincias del Ecuador, y por eso la tomo a mi ciudad como el símbolo y el ejemplo de lo que ocurre en el país. Guayaquil es hoy invivible, es virtualmente un muladar. La ciudad toda se ahoga en basura, no tiene agua ni alcantarillado, menos aún salubridad, y no hay una sola autoridad que se apiade, que se amarre los pantalones y que ponga orden en este caos. Y es que este desastre ha sido propiciado directamente por el Gobierno, con la complicidad de una familia que ha usufructuado el sillón de Olmedo en beneficio personal, y de la que no se escapan los candidatos del silencio, atrapados hoy en una vergonzosa colaboración con el régimen, que ha resuelto volcarles todo su apoyo ante el escaso respaldo del candidato de sus filas.
¿Quién socorre a Guayaquil? ¿Quién socorre a las veintiuna provincias de la patria? ¿Quién salva al país? Las elecciones que se avecinan, compatriotas, son sin lugar a dudas, de las más trascendentales que hayamos vivido. Necesitamos un nuevo amanecer, un despertar de pujanza, de optimismo, de fe en nuestros hombres y mujeres.
Tengo cerca de treinta años en la vida política del país. Fui por muchos años legislador, combatí desde todos los rincones la injusticia y la miseria, aun en mis actividades privadas. Llegué a la Presidencia de la República por la voluntad soberana del pueblo, manifestada en las urnas, e hice de mi mandato una gigantesca fuerza de servicio a los humildes. En cuatro años desarrollé la más grande obra que se haya realizado jamás en el país. Desde entonces, los farsantes que antes me llamaban oligarca, me llaman ahora populista.
Como político y por mi hoja de servicios, he cumplido ya con el país. Cuando terminé mi gestión presidencial, agotadora y tenaz por la insidia de mis adversarios, busqué sumergirme en mis actividades privadas, en ese pequeño mundo al que todo hombre de lucha tiene derecho, seguro de que soy merecedor de descanso en medio de respeto, pero también dije reiteradas veces que mi vocación de servicio moriría conmigo, porque así es León Febres-Cordero, vital, con deseos de hacer, por sobre todo cuando la situación es adversa y el pueblo clama por auxilio. No puedo renunciar a mi naturaleza; no lo hice ni aun en las horas de la perversa persecución que desató este Gobierno en mi contra; no puedo desprenderme de la esencia de mi ser. El sacrificio es enorme. Por ustedes, ecuatorianos; por ustedes, guayaquileños, he resuelto aceptar el pedido de mi partido y del pueblo todo.
¡Para ustedes, guayaquileños; para ustedes, ecuatorianos; por la patria, ACEPTO LA CANDIDATURA A LA ALCALDÍA DE GUAYAQUIL!
Buenas noches, compatriotas.
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