Un ilustre ecuatoriano, Ángel Felicísimo Rojas, siendo Contralor General del Estado, dijo que en el país “donde se aplastaba, salía pus”. Nada mejor que ubicar la frase en este Guayaquil de 1992, agosto para ser exactos, cuando terminaron su mandato quienes en lugar de hacerla progresar se empeñaron -consiguiéndolo, por cierto- en hundirla. El aserto va demostrándose sin necesidad de esfuerzo alguno y, por lo mismo, botones sobran. Uno más está relacionado con la presencia multitudinaria de servidores municipales, que, obviamente, cobrando con puntualidad, consumían el presupuesto.
Amparados en una figura legal inexistente, los empleados cobraban bajo la calificación de “enrolados”, una inmoralidad a todas luces que hacía pagar sueldos y otorgaba prebendas jugosas. Un formulario público para ser llenado por quienes se sintieran con derecho a cobrar en su calidad de enrolados, difundido por la prensa, permitió saber que existían 3.156 en esa condición y un primer informe de auditoría revela que 1.341 de éstos, que cobraron el viernes 14 y el martes 18 de agosto del 92, no fueron localizados en sus lugares de trabajo.
“Por encanto desaparecieron. Los famosos pipones pretenden seguir incrustados en el municipio, gente que cobra por no hacer nada y que se va a su casa a esperar la siguiente semana para volver a cobrar. Existen empleados municipales enrolados en dependencias en las que no laboran. Es así que, por ejemplo, en Tesorería, en Rentas, en Asesoría Jurídica, hay personal enrolado en Obras Públicas. Este último ha sido el Departamento preferido para mantener pipones. El exceso de personal es evidente: 1.229 enrolados en Obras Públicas. En el Centro Municipal, ubicado en la Av. 25 de Julio y Perimetral, existen 3 secretarias en un taller que no funciona. 32 secretarias más hay en talleres, carpinterías y lubricadoras. Para una sola puerta de acceso hay 39 guardianes. En la Sección Estudios de Obras Públicas laboran 184 personas cuando puede funcionar con 23. Existe incompatibilidad entre la cantidad de equipos en funcionamiento y el número de personal para el manejo de los mismos: 1 teodolito para 11 topógrafos; 40 choferes para 5 volquetes; 22 operadores y 32 ayudantes para 3 tractores”.
La auditoría había concluido, asimismo, que el Departamento de Aseo de Calles tenía 1.012 enrolados, la mayoría sin labor definida; que no había vehículo funcionando, sin embargo, pagaba a 47 choferes; se constató el cobro duplicado que hacían ciertos empleados: a la municipalidad y a la empresa privada contratada por el gobierno para el servicio de recolección. En el Departamento de Contabilidad laboran 32 empleados y los estados financieros acusan un atraso de 6 meses. De acuerdo con entendidos, automatizadas estas labores para efectuarlas no se requieren más de 6, ni más de 35 en Tesorería donde hay 115. “En el rol hemos encontrado que constan personas fallecidas, extranjeros, nombres duplicados y una gama de profesiones: manicuristas, peluqueros, ginecólogos, abogados, periodistas, futbolistas y elementos subversivos de Alfaro Vive, que andaban armados dentro del municipio”.
Donde se metía mano, con inaudita facilidad se hallaba un escándalo, es que no otra cosa era si “por no hacer nada a los enrolados se les paga semanas de 11 días y 40 horas extras mensualmente, más los jugosos beneficios de los contratos colectivos que contemplan hasta la herencia de cargos entre padres e hijos, subsidios, bonificaciones, donaciones de terrenos para viviendas, etc. Agrupados en 24 sindicatos estos señores se han consumido el 50% del inexistente presupuesto municipal. 19.000 millones de sucres anuales que han salido del bolsillo de los ciudadanos. Este enrolamiento ha servido para satisfacer voraces compromisos políticos y propiciar, también, el enriquecimiento ilícito de varios ‘beneficiarios’ en perjuicio del patrimonio municipal”.
Certeramente motejado como “un mundo tenebroso y corrupto” y al que, indispensablemente, era obligación eliminar para iniciar uno de orden, transparencia, honradez, respeto, honor, de obras y servicios, a Febres Cordero le resultaba –pese a lo paradójico— gratificante asumir el desafío. “En mi calidad de Alcalde de la ciudad debo sanear definitivamente, ahora o nunca, nuestro municipio; no hacerlo sería convertirme en cómplice indolente del chantaje y del asalto a los dineros municipales y por tanto de ustedes conciudadanos”. Por ello, inicialmente, la resolución fue separar –desenrolar— a 2.499 pipones, haciendo abstracción de carácter personal, político o partidista. De esta forma “el enrolamiento, forma delictiva de perjudicar a la ciudad, ha terminado en el Municipio de Guayaquil”. (Terminó hasta el día de hoy).
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